Retiro Espiritual para el Tiempo de la Pascua 2025- Camino de perdón y restauración

Retiro Espiritual para el Tiempo de la Pascua 2025- Camino de perdón y restauración

El Resucitado restablece nuestra vida y nuestra familia
“El primer paso para restablecer nuestra vida y nuestra familia es entender la misericordia de Dios”

La Pascua nos recuerda que la vida vence, que el amor es más fuerte que la muerte, y que Cristo Resucitado sigue caminando con nosotros, especialmente en los momentos de dificultad. En esta certeza se inspiró el retiro que llevamos a cabo recientemente, y que ahora queremos compartir con todos: una propuesta espiritual sencilla pero profunda, con el deseo de que toque el corazón de cada familia.

El mensaje central es claro: si anhelamos restablecer nuestras relaciones familiares, sanar heridas del pasado, fortalecer los lazos que nos unen, necesitamos comenzar por comprender y acoger la misericordia de Dios. Solo quien se sabe perdonado puede perdonar; solo quien ha experimentado la ternura de Dios puede reconstruir el amor en su hogar.

El Resucitado no se quedó en el sepulcro, ni se apareció solo a los santos: se hizo presente en medio del miedo, de la tristeza y de la confusión de sus discípulos. Así también quiere entrar hoy en nuestros hogares, con su paz, su perdón y su luz.

Los invitamos a recorrer este camino pascual como familia, permitiendo que la misericordia de Dios transforme nuestros corazones y renueve nuestros vínculos.

En Cristo Salvador,
P. Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM

Te invitamos a vivir este itinerario de cinco días para iniciar una vida llena del Espíritu de Cristo Resucitado.

Domingo de Pascua – Reflexión para la familia

Tema: El primer paso para restablecer nuestra vida y nuestra familia es entendiendo la misericordia de Dios

Comentario inicial

En medio del tiempo pascual, la Iglesia nos invita a dejarnos encontrar por el Resucitado, que no solo venció la muerte, sino que viene a renovar nuestra vida concreta: nuestras relaciones, nuestros hogares, nuestras historias. Este domingo, como cada domingo después de la Pascua, es una oportunidad para mirar nuestra existencia familiar a la luz de la misericordia de Dios: ese amor que perdona, restaura y vuelve a unir lo que parecía perdido.

¿Cómo hablar de Pascua sin hablar de Misericordia? El primer gesto del Resucitado hacia sus discípulos fue desearles la paz, mostrar sus heridas y ofrecer el perdón. Así también actúa hoy en nuestras familias: entra en medio de nuestras heridas, tensiones o distancias, y nos ofrece el punto de partida para la sanación: su misericordia.

1. Reflexión

La misericordia no es solo una emoción: es la manera concreta en la que Dios nos abraza en medio de nuestras fragilidades. El Papa Francisco lo ha dicho con fuerza: “El nombre de Dios es Misericordia”. Dios no solo tiene misericordia: Él es Misericordia.

Cristo resucitado no borra nuestras heridas, pero las transforma. En muchas familias hay dolores acumulados: por errores del pasado, por palabras que no se dijeron, por distancias o silencios que duelen. Jesús se hace presente en nuestros hogares cerrados, como en aquel cenáculo, y nos dice: “¡Paz a ustedes!”. Nos muestra sus llagas gloriosas y nos recuerda: “No teman, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

En su Diario espiritual, santa Faustina Kowalska nos transmite las palabras del Señor:

“La humanidad no hallará paz hasta que no se dirija con confianza a mi misericordia” (Diario, 300).
“Que nadie tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como la escarlata” (Diario, 699).

La misericordia no debilita; fortalece. Sana lo roto, une lo separado, restaura el amor. Por eso, si queremos que nuestras familias crezcan en unidad, si queremos vivir la Pascua en el hogar, el primer paso es acoger la misericordia de Dios. Quien ha sido perdonado, aprende a perdonar; quien ha sido amado con ternura, puede amar también con paciencia.

2. Fragmento de Spes non confundit

“La imagen del ancla es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte.”
(Spes non confundit, 25)

3. Textos bíblicos para meditar en familia

  • Lc 15, 11–32 – El Padre misericordioso
  • Jn 8, 1–11 – La mujer adúltera
  • Mt 9, 9–13 – “Misericordia quiero y no sacrificios”
  • Salmo 103 – “El Señor es compasivo y misericordioso”
  • 1 Pe 1, 3–5 – “Por su gran misericordia nos hizo nacer de nuevo”

4. Preguntas para reflexionar en familia

  • ¿Nos sentimos acogidos por la misericordia de Dios en nuestra historia familiar?
  • ¿Qué heridas o situaciones necesitan hoy el perdón del Resucitado en nuestro hogar?
  • ¿Cómo podemos vivir gestos concretos de reconciliación entre nosotros?
  • ¿Qué palabras de amor, perdón o gratitud necesitamos darnos como familia?

5. Oración en familia

Señor Jesús,
Tú que venciste la muerte y vives para siempre,
entra hoy en nuestra casa y en nuestro corazón.
Toca con tu misericordia las heridas que llevamos,
renueva los lazos de amor entre nosotros,
y haz de nuestra familia un reflejo de tu paz.

Que aprendamos a perdonar como Tú nos perdonas,
a amar como Tú nos amas,
y a vivir esta Pascua como un nuevo comienzo.
Jesús, en Ti confiamos. Amén.

LUNES

Texto base: Juan 20, 11-15
Tema: ¿Por qué lloras? – Las nostalgias no sanadas impiden ver al Resucitado

  1. Comentario inicial

Comienza la semana pascual, y con ella entramos en el corazón de los relatos de apariciones del Resucitado. Nos encontramos hoy con María Magdalena, modelo de búsqueda, de fidelidad… pero también de confusión. Ella representa al alma que ha amado profundamente, pero que aún no ha comprendido del todo el misterio pascual. Su llanto la mantiene en el sepulcro, la mirada fija en el pasado. Pero el Señor, con su ternura, le hará ver que Él ya no está en el lugar de la muerte.

  • Reflexión

El Evangelio de Juan 20,11-15 es profundamente simbólico. María se queda fuera del sepulcro llorando. Su llanto es humano, comprensible, pero también es reflejo de una búsqueda que todavía está apegada al “Cristo del pasado”. No ha descubierto aún al Cristo glorificado.

La pregunta que resuena dos veces —una vez de los ángeles y otra de Jesús— “¿Por qué lloras?” no es una reprimenda, sino una invitación a mirar más allá del dolor. En la Sagrada Escritura, la repetición tiene una intención pedagógica y teológica. Aquí, esa doble pregunta es un eco divino que la quiere llevar a la transformación de su mirada.

El llanto de Magdalena refleja muchas de nuestras propias lágrimas: nostalgias de lo que fue, heridas no sanadas, decepciones, pérdidas. Y cuando permanecemos demasiado tiempo llorando frente al “sepulcro” de nuestras experiencias dolorosas, corremos el riesgo de no ver los signos del Resucitado.

Ella no reconoce a Jesús porque está aferrada a una imagen de Él que ya no existe. La nostalgia espiritual, cuando no está integrada en la fe pascual, se convierte en pesimismo existencial, en incapacidad de ver lo nuevo que Dios está haciendo.

Los ángeles están allí, pero ella no los ve con fe plena. Jesús mismo está allí, pero sus lágrimas no le permiten reconocerlo. Y esto nos habla de la dimensión teológica de la esperanza: solo quien deja atrás el sepulcro puede encontrar al Viviente.

  • Fragmento de Spes non confundit

Esa experiencia colma de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas.  (Spes non confundit, 23)

  • Textos bíblicos para buscar
  • Is 43, 18-19 (“No recuerden lo de antaño… Yo hago algo nuevo”)
  • Sal 126, 5-6 (“Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre canciones”)
  • Jn 11, 32-35 (Jesús llora con Marta y María)
  • Ap 21, 4 (Dios enjugará toda lágrima)
  • Lc 24, 5-6 (“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”)
  • Preguntas para reflexionar
  • ¿Qué sepulcros me cuesta dejar atrás?
  • ¿Qué nostalgias o heridas sigo conservando que nublan mi fe pascual?
  • ¿He reconocido las “presencias angélicas” que Dios ha enviado a mi vida?
  • ¿Qué necesito para dejar de llorar y comenzar a ver al Resucitado?
  • Oración

Señor Jesús,
tú que preguntaste a María por su llanto,
ven hoy a nuestra vida con esa ternura sanadora.
Tú sabes que en nuestra historia hay dolores antiguos,
heridas profundas, nostalgias no resueltas.
Danos tu Espíritu para transformar el llanto en canto,
la tristeza en misión, el sepulcro en anuncio pascual.
Que como Magdalena, podamos descubrir que estás vivo,
aun cuando no te reconozcamos de inmediato.
Toca nuestros ojos, Señor, y haznos ver.
Amén.

¿Por qué Jesús pregunta dos veces “por qué lloras”?
En la teología bíblica, esta doble pregunta es más que empatía: es una llamada a una nueva visión. María representa la fe que necesita madurar. Jesús, el buen pedagogo, no se impone, sino que lleva al alma al descubrimiento por sí misma. Al repetir la pregunta, le da espacio para reordenar su interior, como Dios hizo con Adán: “¿Dónde estás?” (Gn 3,9).

¿Qué significa llorar frente al sepulcro?
Llorar ante el sepulcro es aferrarse al Cristo histórico sin pasar al Cristo glorioso. Es símbolo del alma que aún no ha hecho la pascua interior. También representa al creyente que ha sido fiel, pero que necesita una nueva conversión, una apertura a lo sorprendente de Dios.

¿Cómo nos impide la nostalgia ver a Jesús?
La nostalgia es buena cuando evoca con gratitud, pero puede ser nociva si se convierte en apego que paraliza. Nos impide ver a Jesús en lo nuevo, en lo distinto, en lo cotidiano. La fe pascual exige desprendimiento, confianza en que Dios sigue actuando, aunque de maneras distintas.

MARTES

Texto base: Juan 20, 16-18
Tema: ¡María! – El llamado personal que transforma la relación y envía a la misión

  1. Comentario inicial

Después del llanto viene el encuentro. Hoy contemplamos el momento en que Jesús Resucitado llama por su nombre a María Magdalena. Este llamado no es solo un reconocimiento afectivo; es un acto de revelación. Cuando Jesús pronuncia nuestro nombre, nos devuelve nuestra identidad más profunda, nos saca de la noche del dolor, de la oscuridad de la confusión, y nos invita a vivir en comunión con el Padre. Pero este encuentro no es para ser retenido. Es para ser compartido. María es la primera enviada pascual.

  • Reflexión

El relato de Juan 20,16-18 es uno de los más personales y conmovedores de los relatos pascuales. Jesús no da un discurso. No ofrece una explicación teológica del misterio. Simplemente pronuncia un nombre: “¡María!”. En ese instante, todo cambia para Magdalena. La oscuridad se disipa, la tristeza se convierte en alegría, y el corazón se inflama con la certeza de la resurrección.

Desde una perspectiva teológica, este llamado tiene un valor sacramental: anticipa la experiencia de la Iglesia que escucha su nombre en la voz del Buen Pastor (cf. Jn 10,3-4). El Señor no llama en masa: llama uno por uno, con amor, con conocimiento profundo. Y cuando llama, resucita en nosotros la vocación.

Jesús añade algo decisivo: “No me retengas”. Es una palabra clave. María quiere aferrarse al Jesús que conoció, pero Jesús le está revelando que ha entrado en una nueva forma de relación: ya no solo física, sino espiritual, universal, pascual. Jesús le pide que no absolutice una experiencia emocional, sino que se abra a la comunión con el Padre y al dinamismo misionero del Evangelio.

Este pasaje, además, eleva la dignidad de la mujer y la establece como apóstol de la resurrección. Magdalena es enviada a los discípulos. No se le permite quedarse en el jardín. El encuentro con Cristo siempre desemboca en el envío. Si nos quedamos con Él sin anunciarlo, nuestra fe se vuelve estéril.

Hoy, Jesús sigue diciendo nuestro nombre. Sigue pidiendo: “No me retengas”. Y sigue enviando: “Ve y diles…”.

  • Fragmento de Spes non confundit

“La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz […] Su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo […] está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.” (Spes non confundit, 3)

  • Textos bíblicos para buscar
  • Jn 10,3-4 (El Buen Pastor llama por su nombre)
  • Is 43,1 (“Yo te llamé por tu nombre, tú eres mío”)
  • Mt 28,10 (“No teman. Vayan y digan…”)
  • Ex 3,4-10 (El llamado de Moisés por su nombre)
  • 2 Co 5,14-15 (El amor de Cristo nos apremia)
  • Preguntas para reflexionar
  • ¿Siento que Jesús me llama por mi nombre en este momento de mi vida?
  • ¿Hay experiencias de Dios que quiero “retener” sin compartir?
  • ¿Qué significa para mí hoy no “retener” a Jesús, sino dejarme enviar?
  • ¿Estoy viviendo una fe encerrada o una fe que sale al encuentro de los otros?
  • Oración

Señor Jesús,
me llamas por mi nombre como a María.
En tu voz se enciende mi esperanza,
en tu rostro descubro la luz que vence la noche.
Dame un corazón que escuche,
una fe que no te retenga egoístamente
y unos pies dispuestos a ir donde tú me envíes.
Hazme testigo de tu resurrección,
mensajero de tu victoria,
hermano de todos los que aún te buscan entre los sepulcros.
Señor, que, al escuchar mi nombre,
yo también pueda responder con amor:
¡Rabbuní! Amén.

MIÉRCOLES

Texto base: Juan 20, 19-20
Tema: “Cerradas las puertas por temor” – La paz del Resucitado rompe nuestros encierros y sana nuestras heridas

  1. Comentario inicial

El miedo tiene la capacidad de encerrarnos física y espiritualmente. Los discípulos están reunidos “con las puertas cerradas por temor a los judíos”, símbolo de una comunidad paralizada, encerrada en su inseguridad, incapaz de salir. Pero el Resucitado no necesita puertas abiertas para entrar: Él atraviesa nuestros muros y nos ofrece lo que nadie más puede dar: su paz. Esta paz no borra las heridas, las transfigura. La Familia cristiana solo puede resucitar cuando se deja visitar por el Cristo que entra en medio de los temores y ofrece la paz como don pascual.

  • Reflexión

El texto de Juan 20,19-20 nos presenta uno de los momentos más significativos del Evangelio pascual. Jesús entra en la comunidad reunida, no con reproches, sino con la palabra clave del Evangelio: “¡Paz a ustedes!”. En hebreo: Shalom, que significa plenitud, reconciliación, bienestar profundo.

La teología paulina nos recuerda que la paz es fruto del Espíritu (cf. Gál 5,22), pero también el resultado de haber sido reconciliados con Dios por Cristo (cf. Rm 5,1). El Resucitado no borra las heridas, sino que las muestra. Este gesto es profundamente revelador: el Cristo glorificado conserva las cicatrices de la pasión, no como signo de fracaso, sino como testimonio de amor.

Este pasaje también tiene una fuerte resonancia eclesial. La comunidad se restablece no desde la perfección, sino desde el reconocimiento de su fragilidad visitada por Cristo. Las heridas no se niegan: se integran y se transforman. Lo mismo vale para nuestras comunidades religiosas: no seremos perfectas, pero sí podemos ser reconciliadas.

El miedo, dice san Pablo, no viene de Dios. “Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza” (2 Tim 1,7). El temor nos encierra, nos vuelve mudos, rompe el diálogo, distorsiona la visión del otro. Pero la paz de Jesús restaura los lazos rotos, restablece el cuerpo comunitario, y devuelve la confianza.

El gesto de mostrar las llagas es también una pedagogía: solo una comunidad que reconoce sus heridas puede ser misionera. No se trata de esconder el pasado, sino de ofrecerlo redimido.

  • Fragmento de Spes non confundit

“El Espíritu Santo […] irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga […] La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos del amor divino.” (Spes non confundit, 3)

  • Textos bíblicos para buscar
  • 2 Tim 1,7 (“No nos ha dado un espíritu de cobardía”)
  • Jn 14,27 (“La paz les dejo, mi paz les doy…”)
  • Ef 2,13-17 (Cristo es nuestra paz)
  • Sal 34,5 (“Los miraron y quedaron radiantes”)
  • Lc 24,36-40 (Otra aparición con el saludo de paz)
  • Preguntas para reflexionar
  • ¿Qué miedos me tienen encerrado/a hoy?
  • ¿Cómo reacciono ante las heridas de mi comunidad?
  • ¿Soy portador/a de paz o de juicios dentro de mis relaciones?
  • ¿Qué me impide reconocer que Jesús está en medio de mis temores?
  • Oración

Señor Jesús,
tú que entras con las puertas cerradas,
ven hoy a nuestras comunidades temerosas,
visita nuestras clausuras interiores,
toca nuestras heridas escondidas,
rompe nuestros muros de desconfianza.
Haznos experimentar tu paz,
una paz que no depende de las circunstancias,
sino de tu presencia resucitada.
Que nuestras heridas, como las tuyas,
sean signo de amor y no de derrota.
Haznos comunidad sanada, reconciliada, enviada.
Amén.

JUEVES

Texto base: Juan 20, 21-23
Tema: “Les quedan perdonados” – El perdón como don del Resucitado y misión del Espíritu.

  1. Comentario inicial

Después de ofrecer la paz, Jesús da a sus discípulos un segundo regalo: el perdón. Pero no se limita a perdonar, sino que los constituye ministros del perdón. Sopló sobre ellos —gesto profundamente simbólico que recuerda la creación (Gén 2,7) y Pentecostés— y les confió la misión de reconciliar. El Resucitado no se limita a consolar, sino que capacita y envía. El perdón no es un lujo opcional en la vida cristiana, sino la puerta de la verdadera libertad.

  • Reflexión

El texto de Juan 20,21-23 es considerado por muchos teólogos como el Pentecostés joánico. Jesús Resucitado sopla sobre los discípulos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados…”. Este pasaje revela una triple dimensión del perdón:

  1. Regalo del Resucitado: El perdón no nace del mérito humano, sino de la cruz y la resurrección. Es Cristo quien nos perdona y nos capacita para perdonar.
  1. Presencia del Espíritu: El Espíritu Santo es el agente del perdón. Él sana, renueva, libera. En cada absolución, el Espíritu actúa.
  1. Misión de la Iglesia: El perdón recibido no puede quedarse guardado. Jesús establece aquí el fundamento del sacramento de la reconciliación. Pero también nos recuerda que perdonar es un acto profundamente eclesial, y una misión confiada a todos los bautizados.

El perdón no solo nos libera de la culpa, también rompe cadenas internas, nos despoja del miedo y restablece los vínculos comunitarios. Por eso, la confesión no es solo un acto devocional, sino una experiencia pascual.

Muchos llevan en el corazón culpas no confesadas, heridas no sanadas, silencios que oprimen. El miedo o la vergüenza paralizan. Pero Jesús sopla sobre nosotros hoy y dice: “Recibe el Espíritu… Perdona… Libérate”. ¿Qué me impide confesar, perdonar o ser perdonado?

  • Fragmento de Spes non confundit

“La indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. […] El sacramento de la Penitencia […] representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, sane nuestros corazones, nos levante y nos abrace.” (Spes non confundit, 23)

  • Textos bíblicos para buscar
  • Lc 15, 11-32 (El Padre misericordioso)
  • 2 Cor 5,17-21 (Dios nos ha confiado el ministerio de la reconciliación)
  • Mt 18,21-22 (¿Cuántas veces debo perdonar?)
  • Sal 51 (Ten piedad de mí, Señor)
  • Prov 28,13 (“Quien confiesa y se aparta, alcanzará misericordia”)
  • Preguntas para reflexionar
  • ¿Qué pecados aún no he confesado por miedo o vergüenza?
  • ¿Qué significa para mí hoy dejarme perdonar por Dios?
  • ¿He sido canal de perdón para otros o he guardado rencores?
  • ¿Cómo puedo vivir el perdón como un don y como una misión?
  • Oración

Señor Jesús,
tú que soplaste tu Espíritu sobre los discípulos,
sopla también hoy sobre mí.
Rompe el silencio que me ata,
libera mi corazón de culpas no dichas,
de heridas no presentadas,
de cadenas no entregadas.
Toca mi alma con tu perdón.
Enséñame a perdonar como tú perdonas:
sin medidas, sin reservas, sin demora.
Hazme instrumento de reconciliación,
en mi comunidad, en mi familia, en mi historia.
Señor, que, al experimentar tu perdón,
yo también pueda perdonar.
Amén.

VIERNES

Texto base: Juan 20, 24-29
Tema: “Felices los que crean sin haber visto” – El gozo pascual de una fe que toca las heridas del Resucitado

  1. Comentario inicial

Llegamos al último día del retiro, y lo hacemos con una de las escenas más emblemáticas del Evangelio de Juan: el encuentro de Jesús con Tomás. El evangelista no cierra su obra con una aparición gloriosa, sino con una confesión humilde: “¡Señor mío y Dios mío!”. Aquí no hay solo corrección a la incredulidad, sino una revelación profunda sobre la naturaleza de la fe pascual. Jesús no rechaza a Tomás, sino que lo conduce pacientemente a una fe madura, una fe que se atreve a proclamar sin ver… pero no sin tocar.

  • Reflexión

Tomás representa a muchos de nosotros: quiere creer, pero también quiere comprender, tocar, verificar. Su petición de “ver y tocar” no es solo duda, es la expresión del anhelo humano de una fe encarnada. Jesús, con infinita ternura, se acomoda a su ritmo. No lo juzga, sino que le ofrece sus heridas como camino de fe. Dios no le teme a nuestras dudas, porque las verdaderas dudas, cuando son honestas, buscan un encuentro auténtico.

El octavo día —cuando Tomás ve al Resucitado— es un símbolo del kairos, el tiempo de Dios, el día que supera la semana, que trasciende el tiempo humano. Ese día representa la plenitud escatológica, cuando el Cristo glorificado se manifiesta a quienes lo siguen con sed sincera.

Y entonces Jesús pronuncia una bienaventuranza eterna: “Felices los que crean sin haber visto”. Esta es una palabra dirigida a nosotros, a cada bautizado que persevera sin ver. La fe pascual no se basa en señales visibles, sino en el testimonio confiable de una comunidad que ha visto al Señor.

Pero Jesús no elimina las heridas. Sus llagas siguen siendo visibles, incluso en el cuerpo glorificado. Es una teología poderosa: la Pascua no borra la cruz, la transfigura. Tocarlas es tocar el amor radical de Dios. Hoy, seguimos tocando esas llagas en los pobres, en los enfermos, en los que sufren. Como Tomás, tocamos para creer. Pero también, creemos para poder tocar con compasión.

Por eso, la fe no es una obligación, es una fiesta. Creer es decir con gozo y sin reservas: “¡Señor mío y Dios mío!”. Es reconocer al Resucitado en la Eucaristía, en la comunidad, en los signos del Reino, y dejar que su presencia transforme nuestra incredulidad en misión.

  • Fragmento de Spes non confundit

“El testimonio más convincente de esta esperanza nos lo ofrecen los mártires, que, firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor. […] Necesitamos conservar su testimonio para hacer fecunda nuestra esperanza.” (Spes non confundit, 20)

  • Textos bíblicos para buscar
  • Hb 11,1 (“La fe es certeza de lo que se espera…”)
  • 1 Pe 1,8-9 (“Sin haberlo visto, lo aman…”)
  • Lc 24,30-32 (Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al partir el pan)
  • Mt 25,40 (“Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos…”)
  • Ap 1,17-18 (“No temas: Yo soy el que vive…”)
  • Preguntas para reflexionar
  • ¿Qué heridas quiero tocar hoy para que mi fe se fortalezca?
  • ¿Reconozco a Jesús en la Eucaristía, en la comunidad, en los pobres?
  • ¿Qué me impide confesar con el corazón: Señor mío y Dios mío?
  • ¿Estoy dispuesto/a a vivir una fe sin ver, confiando plenamente en su presencia viva?
  • Oración

Señor Jesús,
al igual que Tomás, a veces dudo,
a veces me cuesta creer sin ver,
a veces busco señales, toco llagas, pido pruebas.
Pero hoy, en este día final de retiro,
quiero abrazar tu bienaventuranza:
felices los que creen sin haber visto.
Hazme testigo de esa dicha profunda.
Hazme discípulo de tu kairos,
capaz de vivir fuera del tiempo,
anclado en tu amor eterno.
Que al ver tus heridas en el mundo,
no me aleje, sino que me acerque.
Que al tocar el dolor, proclame tu resurrección.
Y que cada día de mi vida
pueda decirte con gozo:
¡Señor mío y Dios mío!
Amén.

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