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Reflexión de la Ascensión del Señor

junio 1

Reflexión del Evangelio – Solemnidad de la Ascensión del Señor (Lc 24,46-53)

“Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo al cielo…”

El relato lucano de la Ascensión no es una despedida con sabor a ausencia, sino una proclamación de esperanza y misión. Jesús culmina su presencia visible, pero inaugura una presencia nueva, más profunda, universal y duradera: la de Cristo glorificado, que actúa en su Iglesia mediante el Espíritu Santo.

1. Jesús, cumplimiento de la Escritura

Así estaba escrito”: El evangelista Lucas insiste en la unidad del designio de Dios. La pasión, muerte y resurrección del Mesías no son hechos desconectados, sino la consumación del proyecto salvífico anunciado desde antiguo. La Ascensión es parte de esa economía de salvación: no un epílogo, sino el paso glorioso del Cristo hacia el Padre, que hace posible su nueva forma de estar presente en el mundo.

2. La misión que brota de la Pascua

La Ascensión da sentido al envío: “Vosotros sois testigos de esto”. La experiencia pascual no se encierra en la intimidad del Cenáculo, sino que se abre al mundo. La Iglesia no nace para sí, sino para anunciar al Crucificado Resucitado como fuente de conversión y perdón. La geografía del anuncio se expande: comienza en Jerusalén, pero alcanza “a todos los pueblos”. La fe que no se anuncia, se apaga.

3. El don prometido: fuerza desde lo alto

Jesús no abandona, sino que prepara. “Os enviaré lo que mi Padre ha prometido”. Se trata de la promesa del Espíritu Santo, que transforma discípulos temerosos en testigos audaces. Esta espera no es pasividad, sino una preparación espiritual: “quedarse en la ciudad” no significa huir del mundo, sino disponerse al don de lo alto, que es fuerza y sabiduría para la misión.

4. La bendición que permanece

Lucas, con fineza teológica, nos dice que Jesús asciende mientras bendice. Su última acción visible es la de un sacerdote que intercede y entrega gracia. Y ese gesto no se interrumpe: su bendición no cesa, sino que ahora continúa eternamente desde el cielo. La Ascensión es el inicio de su reinado glorioso y de su intercesión constante a favor nuestro (cf. Heb 7,25).

5. El gozo de los testigos

Extrañamente, los discípulos no reaccionan con tristeza ante la partida de Jesús, sino con gran alegría, y permanecen en el templo alabando a Dios. ¿Por qué? Porque han comprendido que su Señor vive, reina, y estará con ellos de una forma nueva. Esta alegría eclesial anticipa la vida litúrgica de la Iglesia: reunida en alabanza, sostenida por la fe pascual y enviada en misión.


Aplicación pastoral

  • ¿Vivimos la Ascensión como plenitud o como ausencia? Este misterio nos llama a vivir con los ojos del corazón abiertos: el Resucitado asciende, pero para llenarlo todo con su presencia (cf. Ef 4,10).

  • ¿Dónde está nuestra alegría? Una Iglesia que bendice, alaba y espera con alegría es signo creíble del Reino. La tristeza paraliza; la fe pascual impulsa.

  • ¿Nos sentimos verdaderamente “testigos”? No de ideas, sino de un encuentro real con Cristo. Y testigos no se improvisan: se forman, oran, y esperan la fuerza del Espíritu.


Conclusión

La Ascensión del Señor no es el final de la historia, sino el principio de la Iglesia. Cristo asciende para estar más cerca, no más lejos. Nos bendice para que seamos bendición. Nos deja su promesa para que vivamos en misión. Y nos llena de alegría para que la fe sea creíble. Que en este tiempo pascual, nuestra vida y nuestra comunidad puedan decir con verdad: “¡Dios reina! ¡Cristo vive! ¡Somos testigos!”

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