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Reflexión del V Domingo de Pascua

mayo 18

📖 Reflexión teológica al Evangelio – Juan 13,31-33a.34-35

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado”

1. El contexto teológico de la glorificación: la cruz como manifestación del amor divino

El evangelio de Juan sitúa estas palabras en el umbral de la pasión. Justo cuando Judas sale para consumar la traición, Jesús declara: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre”. Este “ahora” (νῦν) tiene una carga teológica determinante: no se refiere a un futuro glorioso separado del sufrimiento, sino que la glorificación de Jesús se realiza en y por la cruz. La cruz no es un accidente trágico, sino la plena revelación de la gloria de Dios (cf. Jn 12,23-28), entendida no como esplendor majestuoso, sino como amor que se entrega hasta el extremo (εἰς τέλος).

Aquí se manifiesta la inversión teológica que realiza el Cuarto Evangelio: el paradigma de gloria en la tradición veterotestamentaria es reformulado en clave cristológica. La gloria (δόξα) ya no es un espectáculo de poder, sino el rostro desfigurado del Siervo obediente que revela al Padre.

2. El mandamiento nuevo: novedad en la medida y en la fuente

Jesús introduce lo que llama un “mandamiento nuevo” (ἐντολὴν καινὴν). Este adjetivo griego kainḗ no significa solo “reciente” o “no conocido”, sino de una cualidad diferente, superior, transformadora. El amor al prójimo ya existía en la Ley (cf. Lv 19,18), pero lo novedoso está en el modelo y origen de este amor: Cristo mismo.

“Como yo los he amado” – esta fórmula es de densidad cristológica: el discípulo ya no es la medida del amor, sino Cristo, que se convierte en la norma viva del comportamiento ético. No se trata de un amor genérico, sino de un amor cruciforme, kenótico (cf. Flp 2,5-8), que nace del conocimiento íntimo del Padre y se expresa en el servicio (cf. Jn 13,1-17).

En este sentido, el mandamiento nuevo no es solo una regla moral, sino una participación en el dinamismo trinitario del amor. Jesús ama como el Padre lo ama (cf. Jn 15,9), y los discípulos deben amar con ese mismo amor, que no se improvisa, sino que se recibe.

3. Eclesiología del amor: identidad y misión del discípulo

El amor recíproco entre los discípulos es el criterio distintivo de la comunidad cristiana. Jesús afirma: “En esto conocerán todos que son mis discípulos: en que se amen unos a otros”. Aquí emerge una eclesiología relacional: la Iglesia es el lugar donde el amor de Cristo se hace visible y reconocible.

No es el poder, la organización o el número lo que autentica a la comunidad de Jesús, sino el testimonio del amor vivido en lo concreto. Este amor es performativo: crea comunión, cura heridas, vence la dispersión del pecado. En un mundo marcado por el individualismo, la violencia y la indiferencia, esta forma de vida es signo escatológico del Reino.

El “como” de Cristo no solo es el modelo, sino también la fuente sacramental: en la Eucaristía, los discípulos reciben el amor que están llamados a vivir. En la Cruz, contemplan la forma de ese amor. En el Espíritu, reciben la fuerza para realizarlo.


🔍 Conclusión teológica

Este breve pasaje del Evangelio de Juan es un compendio de cristología, espiritualidad y eclesiología. Nos revela que:

  • La gloria de Dios se manifiesta en la entrega de Cristo;

  • El verdadero amor no nace del esfuerzo humano sino de la comunión con Cristo crucificado y glorificado;

  • La Iglesia se define no por criterios sociológicos, sino por su capacidad de vivir el amor como Cristo lo vivió.

En un tiempo donde la Iglesia es llamada a renovarse, esta página evangélica ofrece la clave más profunda de su reforma: volver al amor primero, al amor concreto, al amor que construye fraternidad.

“La gloria de Dios es que el hombre viva; y la vida del hombre consiste en ver a Dios” (San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, IV, 20,7).
En Cristo crucificado glorificado, vemos a Dios y aprendemos a amar.

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