Josefina Nicoli nació en Casatisma (Pavía, Italia) el 18 de noviembre de 1863. Era la quinta de diez hijos de una familia de clase media y de profunda fe.

BIOGRAFÍA

Cursó la escuela primaria con las religiosas agustinas, en Voghera; y estudió magisterio en Pavía. Su deseo secreto, que la impulsó a realizar estos estudios, era el de dedicarse a la educación de niños pobres en un tiempo en el que era muy alto el porcentaje de analfabetismo entre la gente de menos recursos. Este deseo fue madurando, sobre todo, a través de la experiencia del dolor, que visitó su familia con la muerte de algunos de sus hijos, entre ellos Juan, de quien Josefina se había convertido en su servicial enfermera personal. En medio de estas situaciones dolorosas aprendió a considerar el valor de la vida y la fragilidad de las cosas humanas.

Josefina era querida por todos, su carácter dulce era un don natural; y un sacerdote de Voghera, don Giacomo Prinetti, su director espiritual, la guió en el camino de la perfección del espíritu, mientras maduraba la llamada a consagrar su vida a Dios.

El 24 de septiembre de 1883, a la edad de veinte años, ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en la casa «San Salvario» de Turín, donde hizo el postulantado y el noviciado. Recibió el hábito propio de la Compañía en París, en una ceremonia que tuvo lugar en la Casa madre de las Hijas de la Caridad.

En el año 1885 fue trasladada a Cerdeña. Su primera misión, que acogió con gran entusiasmo, fue la de enseñar en el «Conservatorio de la Providencia» de Cágliari. La experiencia educativa entre niñas pobres la marcó de forma especial. Durante este tiempo no se limitó a mirar sólo lo que sucedía entre los muros del conservatorio, sino que intensificó cada vez más su unión con el Señor crucificado en medio de las vicisitudes cotidianas.

En el año 1886, la ciudad de Cágliari fue azotada por la epidemia del cólera, y sor Josefina, juntamente con sus hermanas del conservatorio, se dedicó, en los momentos que le quedaban libres después del horario escolar, a socorrer a las familias pobres de la ciudad, organizando «cocinas económicas» que pusieron a disposición de las autoridades civiles.

Este servicio le permitió salir al encuentro de los muchachos abandonados por las calles de Cágliari, enseñándoles el catecismo en los encuentros que programaba los domingos. Más tarde organizó a los muchachos en una asociación que llamó «Los Luisitos», estimulándolos a vivir en actitud de ayuda fraterna y educándolos a una sana sociabilidad que, a muchos de ellos, los condujo a cambiar de vida.

Después de casi quince años de activa vida apostólica en Cágliari, en el año 1889 fue trasladada al orfanato de Sássari. También allí desarrolló un amplio proyecto apostólico, organizando diversas instituciones orientadas siempre al servicio hacia los pobres.

josefina nicoliSe preocupó por la formación de escuelas de catequesis que cada domingo reunían a cerca de 800 niños, y, sobre todo, dedicó muchas de sus energías a dar vida a la «Escuela de religión» para las jóvenes universitarias, con el fin de prepararlas para ser buenas maestras en la fe, y así contrarrestar la masonería que se difundía por Sássari y trataba de debilitar la presencia de los católicos en la ciudad.

En los proyectos de la divina Providencia, le espera un nuevo destino: Turín (1910-1913). Por sus dotes organizativas la nombraron ecónoma provincial, y un tiempo después pasó a ser directora de la casa de formación de las Hijas de la Caridad, misión a la que se dedicó con gran entrega. Se enfermó gravemente de tuberculosis y fue trasladada a Cerdeña —con gran dolor para el consejo provincial—, ya que el clima de las islas era favorable para su salud.

De regreso a Sássari, en el año 1914, reinaba un ambiente hostil a causa del anticlericalismo. Su permanencia en las islas mejoró el estado de su salud, pero comenzó su calvario interior. Una serie de malentendidos y falsos testimonios por parte de la administración del orfanato obligaron a los superiores a trasladarla nuevamente. Sor Josefina estaba a completa disposición, aceptando en silencio la humillación más grande que hubieran podido hacerle: la declararon incapaz de administrar el orfanato. Ante esta situación se repetía a sí misma: «Josefina, esto te viene muy bien. Aprende a ser humilde». La Providencia la condujo en la última etapa de su vida al Asilo de la Marina, en Cágliari.

En su nuevo destino, se encontró en medio de un barrio superpoblado, ubicado en las cercanías del puerto, y donde la pobreza alcanzaba índices muy altos, haciendo que las condiciones de vida fueran muy precarias. A los niños, por ser pobres, se les negaba el derecho a la educación, lo que favorecía los malos comportamientos.

En el contacto directo con la pobreza material descubrió heridas aún más secretas: las de la pobreza moral y espiritual. Su celo apostólico la impulsó nuevamente a salir al encuentro de los jóvenes, enseñándoles el catecismo, y orientando a quienes emigraban de las zonas rurales a la ciudad. Fundó la primera sección en Italia de la «Pequeña obra de Luisa de Marillac». Formó también el primer grupo de la Acción Católica femenina en Cágliari. Pero a quienes dedicó gran parte de sus iniciativas apostólicas, como una bondadosa y paciente madre, fue a los llamados «is piccioccus de crobi», «los muchachos de la cesta». Era un grupo numeroso que vagaba por la ciudad, sobre todo en las cercanías del mercado de la ciudad, llevando consigo su instrumento de trabajo: una cesta; y se ganaban su sustento llevando equipajes de la estación al puerto.

La caridad fue la norma de su vida, y en cada circunstancia hizo realidad su constante deseo de entregarse al Señor, formulando, desde edad muy temprana, como un firme propósito: «Deseo ser toda suya».

En el último año de su vida, no obstante todo el bien realizado, se repitió la situación de calvario al ser calumniada ella y su obra en el Asilo de la Marina. Como en otras ocasiones, sor Josefina aceptó en silencio cuanto acontecía, y el testimonio de su vida llevó al funcionario que la calumnió a retractarse y reconocer su error. La caridad humilde que testimonió hizo que el funcionario difamador se acercara a su lecho de muerte, y ella, sonriendo, lo perdonó.

Murió en Cágliari, a causa de una bronco-pulmonía, el 31 de diciembre de 1924; el funeral se celebró el día 1 de enero. Su muerte —dijo una hermana de la comunidad— fue «la corona de una vida íntegra y la prueba de una virtud practicada de modo heroico».

El milagro por su intercesión presentado para la beatificación tuvo lugar en Milán: un joven militar fue curado de un tumor óseo.

La caridad ha glorificado a sor Josefina en un camino de humildad que la llevaba a ocultarse ante los aplausos del mundo y le abría las puertas a la inhabitación de Cristo. La caridad era la norma de todos sus pensamientos, de todas sus palabras, de todas sus acciones; y así penetró el misterio de la caridad hacia los pobres como acto de amor hacia el Señor, esa fue su gloria. Fue beatificada por S.S. Benedicto XVI el 3 de febrero de 2008.

BEATIFICACIÓN DE SOR JOSEFINA NICOLI
HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS
josefina nicoli 2
Cagliari (Italia)
Domingo 3 de febrero de 2008

La liturgia de este domingo nos presenta un espléndido tríptico bíblico, cuyas tablas se encuentran unidas por un mensaje fundamental. En la primera lectura, tomada del profeta Sofonías, se ve avanzar una antorcha de esperanza para los humildes y los pobres. Se anuncia el surgir de la ciudad de los justos, de los que escogen la palabra de Dios como guía de su vida y de su esperanza. En la segunda hemos escuchado cómo san Pablo reafirma con fuerza a los Corintios una idea que se repite en toda la Biblia. En efecto, las elecciones de Dios son especiales: no escoge a hombres de éxito, sino a los «más pequeños», como Isaac, Jacob, David; a quienes no saben hablar, como Moisés y Jeremías; a campesinos, como Amós; a pescadores, como los Apóstoles. El pobre, la viuda, el huérfano y el forastero son sus protegidos. En su lucha contra el mal no se arma con guerrilleros, con nobles y poderosos, sino que elige a los débiles o a personas despreciadas, a veces pisoteadas, por los demás.

La célebre página de las Bienaventuranzas, recogida en el evangelio de san Mateo que se acaba de proclamar y con la que comienza el Sermón de la montaña, tiene como primeros destinatarios precisamente a los «pobres de espíritu», una expresión bíblica para indicar a quienes tienen el corazón y las manos libres. La categoría evangélica del pobre de espíritu —por decirlo así— no indica simplemente al indigente, porque puede haber personas que no tengan nada y sean egoístas, apegadas incluso a la única moneda que poseen. El pobre de espíritu, por el contrario, es el que se desprende, concreta e interiormente, de las cosas, el que no pone su seguridad y su confianza en los bienes, en el éxito, en el orgullo, en los ídolos fríos del oro y del poder, sino que está abierto a Dios y a sus hermanos.

Aunque a la altanería de la historia humana pueda parecer un fracasado, en realidad sólo en él se fija el corazón de Dios para construir un mundo diverso.

Las Bienaventuranzas son densas de significado teológico, con una dimensión cristológica. En otras palabras, Jesús no es sólo un maestro de moral, que enseña a los hombres los principios de una conducta conforme a su dignidad y a su vocación; es, ante todo, el heraldo de la buena nueva de la salvación dada por Dios. No se limita a proclamar con palabras esta buena nueva; él mismo la manifiesta mediante su comportamiento con los pequeños, los pobres, los desheredados de toda condición. Tanto si se trata de las Bienaventuranzas como de las parábolas, su palabra no se puede separar de sus gestos, pues la palabra explicita su sentido y su alcance. La misión de Jesús no consiste sólo en anunciar la llegada de su reino. Todo el ministerio de Jesús es una primera epifanía del reino de Dios, que ya permite a los hombres vislumbrar la auténtica naturaleza de la soberanía de Dios, una soberanía que no pretende dominar, sino salvar —y salvar ante todo por pura gracia— a los hombres, a las mujeres, a los niños más infelices.

La admirable personalidad de la nueva beata sor Josefina Nicoli está plenamente en armonía con este contexto; más aún, destaca por sus rasgos exquisitamente evangélicos. Partiendo de aquí, como subiendo desde las raíces hasta el árbol, vemos cómo actúa la savia de la gracia divina que animó toda su existencia.

Sor Josefina manifestó su mayor aspiración con estas palabras: «Deseo ser totalmente del Señor».

En este compromiso de sor Josefina Nicoli, manifestado desde su juventud y al que permaneció fiel durante toda su vida, encontramos tal vez la clave de su vida espiritual y de su santidad.

Dejar espacio a Dios en su corazón y, por tanto, considerarse instrumento y manifestación del amor de Dios: así Josefina supo vivir la virtud de la humildad cristiana, que no es un estéril abatirse y rebajarse, sino más bien reconocer que sólo Dios actúa y sólo él es santo, más aún, magnificus in sanctitate, «majestuoso en santidad», como rezamos en el Salterio (cf. Laudes del sábado de la primera semana), y quiere bajar al mundo y a la historia a través de nosotros.

Josefina Nicoli nos demostró que vivir para Dios y en Dios significa ser verdaderamente libres: un mensaje que tal vez resulta más necesario en un mundo que con demasiada frecuencia identifica libertad como auto-afirmación individual y como cerrarse al otro y al necesitado.

Sor Josefina se consagró totalmente al Señor, convencida de que «el amor al prójimo es la medida del amor a Dios», como solía repetir, dando testimonio del amor de Cristo a los pobres, los analfabetos, los indigentes, cuyos sufrimientos aliviaba llevándolos por los caminos del Señor.

En ella impresionan la prontitud de la caridad, con que capta y responde a los nuevos desafíos sociales de su tiempo; la esperanza evangélica, gracias a la cual no vacila en medio de las incomprensiones y las dificultades; la profundidad de la comunión con Cristo Eucaristía, que la sostiene en toda su actividad caritativa; y el celo por evangelizar.

La caridad fue «la regla de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones», como dijo una religiosa que convivió con ella. Recorrió un camino de humildad, por el cual trataba de huir de los halagos y de las glorias del mundo, para «desaparecer» en el amor de Cristo, y experimentó el misterio de la caridad con los pobres como acto de amor al Señor.

La felicidad de ser totalmente del Señor marcó en la beata Josefina el ejercicio de virtudes como la castidad, la pobreza, la obediencia, que nunca vivió como mera privación o mortificación, sino como gozosa, auténtica, fecunda y completa oblación de sí y como signo de infinito amor a Dios y, por consiguiente, al prójimo.

La vida de sor Josefina no se caracterizó por acontecimientos o hechos clamorosos, sino por una apertura cada vez mayor a la gracia y una fidelidad convencida a la vocación específica de Hija de la caridad.

El ejemplo que nos da, viviendo su vocación con sencillez y coherencia, puede servir de estímulo para el crecimiento de la «creatividad de la caridad» que el Papa Juan Pablo II definió como esencial para hacer que el anuncio del Evangelio no corra el riesgo «de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras» (Novo millennio ineunte, 50).

En otras palabras, no nos encontramos sólo ante una persona que realizó una notable labor social o ante una gran benefactora. Sor Josefina, fiel a la enseñanza de los fundadores de su instituto religioso, san Vicente y santa Luisa, supo unificar y dar sentido a su múltiple actividad a través de la experiencia del misterio del amor de Dios. No por casualidad ha sido definida «una mística de la caridad».

A imitación de san Vicente, se puede decir que amó a Dios con el sudor de su frente y con el cansancio de sus brazos, dejando un recuerdo imborrable en todos los lugares por donde pasaba y donde actuaba. Cada vez que se le presentaba la ocasión, se prodigaba con todos. Los testigos refieren unánimemente que a nadie negaba lo que pedían, tanto en las cosas espirituales como en las materiales. Monseñor Ernesto Piovella, arzobispo de Cágliari, a quien los cagliaritanos tienen por santo y muy cercano a sor Josefina en su dinamismo apostólico y caritativo, la recuerda así en una carta: «Yo la admiraba porque nunca se cansaba de hacer el bien».

Muchos afirmaron que el rasgo más significativo de su santidad era la sonrisa: «siempre estaba sonriente». Esta sonrisa en sor Josefina no era algo marginal u ocasional, sino la expresión de un profundo valor interno. Así mostraba el aspecto humano y hermoso de la vida espiritual y de la santidad.

Podemos decir que el amor al prójimo de sor Josefina se expresaba en todas las direcciones y sin limitación alguna. También debemos notar necesariamente que sentía una predilección particular: en ella se realizaba plenamente la «opción preferencial» por los pobres de estilo netamente evangélico.

Sor Josefina Nicoli fue una auténtica maestra de vida. Su lección sigue siendo actual en nuestro tiempo y en nuestra sociedad, en la que la movilidad y el consumismo, el ritmo frenético de la vida, el acoso de los medios de comunicación social y la pérdida de los valores absolutos, amenazan con desorientar o alienar sobre todo a nuestra juventud.

El modelo de vida que propone sor Josefina es importante para los jóvenes de hoy, que con frecuencia buscan sólo lo efímero, sin grandes perspectivas, incapaces de comprometerse en un ideal por el que valga la pena gastar toda la vida con valentía y sin dar marcha atrás.

Sor Josefina parece encarnar el mensaje de ser y hacerse «don» para los demás. «En los santos dice Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (n. 42).

Por eso, para la Iglesia que está en Cágliari esta beatificación es un gran Don, un don inestimable de la Providencia, especialmente en el contexto de la misión ciudadana con la que, gracias al celo inspirado de vuestro pastor, el arzobispo Giuseppe Mani, el Evangelio vuelve a caminar por vuestras calles y a entrar en vuestras casas. Los santos son el Evangelio vivido, anunciado, más aún, «cantado» a los contemporáneos. La beata Josefina Nicoli dice a los 375 misioneros comprometidos en esta apasionante empresa apostólica, así como a todos los fieles porque, como sabemos, todo cristiano es de algún modo misionero, que el tiempo gastado por Cristo es el tiempo mejor gastado. Quiera Dios que sepamos comprenderlo, como lo comprendió ella. Amén.

Referencia: (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/csaints/documents/rc_con_csaints_doc_20080203_beatif-nicoli_sp.html)

ACTUALIDAD

“La situación de gran parte de los niños en el mundo dista mucho de ser satisfactoria, por la falta de condiciones que favorezcan su desarrollo integral. Se trata de condiciones vinculadas a la carencia de servicio de salud, de una a alimentación adecuada, de posibilidades de recibir un mínimo de formación escolar y de una casa” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 245). Con esta premisa, como no clamar, por la acción y el trabajo de voluntarios entregados al servicio de la infancia del presente, tal como lo hizo Sor Josefina. “la mies es mucha y los obreros pocos” (Lc 10, 2); es evidente el contraste entre la incuantificable necesidad de la niñez en el mundo frente a la carencia de manos solidarias para suplir estos clamores. La beata Nicoli, ante una realidad semejante a la de su tiempo (guardando la proporción), no sucumbió ante la impotencia que pudo haber causado la incontable miseria; contrario a esto, al entregarse por completo a esta causa, deja para la sociedad de hoy un testimonio invaluable de servicio.

Sor Josefina Nicoli quiso encausar su labor, prioritariamente en la enseñanza de los infantes, y “en realidad, nunca se ha hablado tanto de la educación como en los tiempos modernos; por esto se multiplican las teorías pedagógicas, se inventan, se proponen y discuten métodos y medios, no sólo para facilitar, sino además para crear una educación nueva de infalible eficacia, que capacite a la nuevas generaciones para lograr la ansiada felicidad en esta tierra” (Divini Illius Magistri, n. 3). No se debe pasar por alto, que una de las raíces de la pobreza en el globo terráqueo es la carencia de ecuación, bien sea por falta de recursos o por negligencia del hombre. Reflexiva de esto, Sor Josefina, también llevada por el gusto y el amor a la docencia, dio en el clavo para la búsqueda de una sociedad del mañana con prósperos horizontes.

“Para cualquier Sacerdote de la Misión o Hija de la Caridad, el sentido de la escuela cristiana tiene un valor de tradición vicenciana, que es también exigencia evangélica. La escuela vicenciana se entiende hoy como un centro privado, con un carácter propio o ideario. Comparte el servicio público de la enseñanza como una misión de Iglesia, abierta al mundo” (Diccionario de espiritualidad vicentina, p. 153). Dentro de esta dinámica, la nacida en Casatisma supo conjugar los contenidos eclesiales y públicos, para garantizar así una formación integral en sus pupilos. Cabe rescatar esta iniciativa de escuela cristiana y porque no, aplicarla a la sociedad secularista del siglo XXI; ya que “la niñez, hoy en día, debe ser destinataria de una acción prioritaria de la Iglesia, de la familia y de las instituciones del Estado, tanto por las posibilidades que ofrece como por la vulnerabilidad a la que se encuentra expuesta” (Documento de Aparecida, n. 438)

Es imperioso hacer mención y resaltar la polifuncionalidad de la Beata italiana, que siguió fielmente los consejos de San Vicente de Paúl: “el tiempo que os quede después del servicio a los enfermos tenéis que emplearlo bien; no estéis nunca sin hacer nada; ejercitaos en aprender a leer, no para vuestra utilidad particular, sino para poder ser enviadas a los lugares donde podáis enseñar. ¿Sabéis lo que la divina Providencia quiere hacer de vosotras? Manteneos siempre en disposición de ir cunado la santa obediencia os envíe” (conferencias espirituales a las Hijas de la Caridad, n.16). Si bien es cierto que su pasión era la enseñanza, también se movió entorno a los enfermos; siendo un claro paradigma de Hija de la Caridad que se encuentra disponible para confrontar toda clase de necesidad donde y cuando sea requerida.

Como seguidora del espíritu vicentino, la Beata Nicoli quiso especializarse en uno de los amores pastorales del Santo de la caridad: “desde las primeras caridades, el Señor Vicente se preocupaba de la instrucción de los niños pobres” (En tiempos de San Vicente de Paúl, tomo 1, p. 265). Tal aprecio por la infancia, seguramente tiene su raíz evangélica: “Jesús los escogió con especial ternura” (cf. Mt 19, 14) y por consiguiente para la generación actual es una opción apropiada para el ejercicio de del carisma vicentino.

La experiencia de San Vicente, recomendaba la unión entre enseñanza y oración: “las señoras de la caridad tendrán una gran preocupación y deseo de la salvación de las almas de los pobres, ayudándoles tanto con sus oraciones como con sus pequeñas instrucciones” (SVP X, 670). Para lograr conjugar lo anterior en nuestros días, un integrante de la Congregación de la Misión o de las Hijas de la Caridad a ejemplo de Sor Josefina, quien “presentó su capacidad de acoger el Evangelio como modelo para entrar en el Reino de Dios” (cf. Mc 10, 14; Mt 18, 3), debe estar dispuesto a conocer profundamente los dos ámbitos y por encima de todo sentir la pasión y el deseo de difundirlos.

Referencia: (http://somos.vicencianos.org/blog/beata-josefina-nicoli/)

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Por P. Andrés Felipe Rojas, CM

Sacerdote Misionero de la Congregación de la Misión, Provincia de Colombia. Fundador y Director de Corazón de Paúl. Escritor de artículos de teología para varias paginas web, entre ellas Religión Digital. Autor de varias novenas y guiones litúrgicos. Actualmente párroco del Santo Cristo de Guaranda (Sucre)

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