BIOGRAFÍA

Pedro Renato Rogue es llamado “Mártir de la Eucaristía y de la Caridad”. Con este sobrenombre se compendia su joven vida, al servicio de Dios y de los hermanos. Nace en Vannes, una antigua ciudad de la Bretaña francesa, el 11 de junio de 1758. Siendo sus padres Claudio Rogue y Francisca Loiseau, pertenecientes a la clase media de la ciudad. Como buenos cristianos bautizaron a su hijo al día siguiente de su nacimiento. La prueba abatió sobre la familia Rogue con la muerte del padre, cuando Pedro Renato no tenía más que tres años. Su madre, como la mujer fuerte de la Biblia, supo hacer frente a su desgracia y educar adecuadamente a su hijo en el Colegio de San Ivo, dirigido por los Padre jesuitas. Formó parte de la Congregación Mariana del Colegio y en ella profundizó en la devoción a la Virgen, que perduraría toda su vida.

En aquel ambiente no fue extraño el brote vocacional al sacerdocio, animado por su generosa madre. Estaba el Seminario diocesano de Vannes, dirigido por los P. lazaristas, que lo recibieron en 1776, cuando contaba con 18 años. Quizá por no dejar sola a su madre, pasó un tiempo como externo. Fue un discípulo aventajado en virtud y ciencia, necesarias para la vida sacerdotal.

Terminados sus estudios, fue ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1782, celebrando al día siguiente su primera misa en la iglesia del Seminario diocesano. Enseguida so obispo lo nombró capellán de la Casa de Ejercicios espirituales para mujeres, donde continuó su dedicación a la oración y al estudio, que hizo florecer en su alma el deseo de un compromiso mayor en el servicio a Dios y a los hermanos volviendo sus ojos a los Hijos de San Vicente de Paúl, que habían sido sus formadores en la virtud y en la ciencia. Pero no le resultaba fácil tal determinación: debería separarse de su madre, siendo como era hijo único; su débil salud, exigía cuidados continuos; su mismo apostolado en la Diócesis que le llenaba plenamente. Pero la llamada de Dios le hizo superar todo.

Ingresó en el Seminario Interno de la Congregación de la Misión, en la Casa Madre de San Lázaro de París, el 25 de octubre de 1786. Dos años duraba el noviciado. Quienes le conocieron en aquella época, afirmaban que poseía la figura de un predestinado; su bondad se reflejaba en todo su ser; su carácter dulce y afable atraía a cuantos le trataban.

Al terminar el primer año de noviciado, juzgaron los superiores (por su formación tanto espiritual como teológica), podría ser ya destinado, para seguir su segundo años de noviciado en su destino. Ya era misionero de San Vicente de Paúl. Sus superiores, pensando quizá en su anciana madre y también en el apostolado anterior en Vannes, quizá pedido por el obispo, que tan bien conocía a Pedro Renato, le destinaron al Seminario diocesano de Vannes, su ciudad natal, como profesor de teología.

Al completar su noviciado pronunció sus votos en la Congregación de la Misión, el 26 de octubre de 1788. El entonces Superior General P. Jacquier, dejó un hermoso retrato del misionero, como sacerdote de la Congregación de la Misión: “Exacto en la hora de levantarse, en la oración comunitaria y demás ejercicios de piedad de la Regla. Exacto en sus obligaciones. Todo su tiempo lo dedica al ejercicio de sus funciones sacerdotales o a prepararlos con la oración o el estudio. Amigo del silencio, separado del mundo y si en él está, es para ayudar a todos. Fiel imitador de San Vicente en la sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas. Por todas partes deja el buen olor de Cristo”. Esta era la vida de Pedro Renato Rogue. Por otra parte Dios le había dotado de dones preciosos que conquistaba las almas, de una fisonomía serena, hermosa voz que le ayudaba en la predicación; incansable en el confesionario al que dedicaba la mayoría del tiempo que le dejaban sus clases de teología.

El horizonte de Francia no se veía muy alegre .El pueblo pedía un mejor régimen social. La iglesia pedía se corrigiesen los abusos. Pero la Revolución estaba servida: era el mes de mayo de 1789. El 13 de julio, la Casa Madre de los Hijos de san Vicente, san Lázaro, era asaltada y profanada por los revolucionarios. Al día siguiente fue tomada la Bastilla. El 12 de julio de 1790, se votó la famosa Constitución Civil del Clero, que no reconocía al Papa como cabeza de la Iglesia y sí al Estado. El Papa Pío VI, en abril de 1791 previno a los fieles que dicha Constitución Civil era cismática. La persecución se desató contra el clero fiel. El Rey fue encarcelado, los bienes de la Iglesia, fueron confiscados, las Órdenes religiosas suprimidas. EL 2 de septiembre de 1792, comienzan las horribles matanzas en Paris, donde tres obispos y 250 sacerdotes y religiosos fueron martirizados.

El clero de Vannes con su Obispo a la cabeza, rehusaron desde el primer momento la Constitución Civil, negándose a prestar juramento. Algunos sacerdotes fueron sobornados, entre ellos el Superior del Seminario, que prometieron emitir el juramento. Y surge la figura de Pedro Renato Rogue: que comenzó a animar al Superior del Seminario para que se retractase de la promesa del juramento. Todos los sacerdotes que habían dado palabra para el juramento lo rechazaron con una sola excepción.
Pedro Renato era mirado por el clero de Vannes, como el defensor de la Iglesia. El Obispo, los sacerdotes y religiosos fueron expulsados. La casa de su anciana madre fue el refugio de Pedro Renato, pero tuvo que disfrazarse y cambiar de domicilio, al arreciar la persecución tuvo que disfrazarse y cambiar de domicilio mientras seguía visitando enfermos, animando a los que flaqueaban. Su coraje y su animo juvenil le llevaron incluso a entrar en las cárceles para animar a los presos y administrar los sacramentos. Tan querido y respetado era que a pesar de ser reconocido, nadie se atrevió a denunciarle.

En la vigilia de la Navidad, 24 de diciembre de 1795, a las 9 de la noche, fue llamado a atender a un moribundo. Llevando consigo el viático, fue apresado poco antes de llegar a la casa del enfermo. Despidió apresuradamente a los que le acompañaban para que no fueran también detenidos y se dejó prender por aquellos que le perseguían, entre los cuales, uno que había recibido de Pedro Renato abundantes ayudas; este era el Sr. Le Meut, que no era desconocido para la familia del P. Rogue, pues había recibido ayuda de la Sra. Rogue, cuando su esposa e hija de Le Meut estaban en una gran necesidad.

Fue llevado al tribunal, delante de Le Meut, formado por algunos antiguos compañeros suyos, que se enfrentaron con los que le habían detenido, señal de gran aprecio y estima que hacia Pedro Renato sentían. Le dieron ocasión para que pudiera huir y esconderse, pero no aceptó, para no comprometerles. “Llevo conmigo la Sagrada Eucaristía”, les dijo y retirándose a un rincón, él mismo comulgó, ante el silencio respetuoso de todos.

Llevado a la cárcel el mismo 24 de diciembre, en ella permaneció hasta el 3 de marzo siguiente, fue encerrado en una de las torres de la antigua prisión de la cuidad de Vannes, llena de humedad y frío, sin que de sus labios saliera una sola queja. En aquellas fechas la persecución parecía amainar y tan ilusionado como estaba por el martirio, que creía cercano, llegó a exclamar: “Señor, no soy digno”. Pero la calma de la persecución fue sólo temporal.

Llamado al tribunal y después del interrogatorio de rigor, confesó y no negó su condición de sacerdote refractario a la Constitución Civil y que había seguido ejerciendo su ministerio sacerdotal; por ello fue condenado a la guillotina. La sentencia debía ser ejecutada entes de veinticuatro horas en la plaza pública, sin que pudiera haber remisión alguna. Su madre estaba presente en el juicio y se le permitió abrazarle por última vez. Terminado aquel inicuo proceso, fue devuelto a la cárcel, desde donde escribió la última carta a su anciana madre y a sus cohermanos de Comunidad, comunicándoles que va a morir por la fe y que en aquellos momentos se sentía feliz y contento de dar su vida por Cristo:
“Señora: Acepte mi agradecimiento por el pasado. Salude a toda la corte celeste (el grupo de personas que esperaban para la celebración de la Eucaristía). Estoy bien convencido de la parte que han tomado en mi pequeño accidente, según el lenguaje del mundo. Mis saludos también al señor de las palomas. Deseo que la salud de todos ustedes sea cada vez mejor; la mía, gracias a Dios, es perfecta. Hasta que nos veamos, si Dios lo permite; por lo menos nos veremos en el camino hacia la plaza mayor, si yo parto. A usted y a todos los que vea les daré de todo corazón mi última y afectuosa bendición, al menos de deseo, pero no soy digno (de morir). Sea lo que sea, si llega la ocasión, desearía ver a todos mis amigos, al menos al pasar. Cuídese, sea prudente, lo mismo que los demás, y créame, en la vida y más allá de la vida, su muy obediente y humilde servidor”.

A sus cohermanos escribe así: “Dios me ha concedido la misma gracia que nuestro amigo Le Manour. Me encomiendo a sus oraciones. Debo añadir a la cruz que el Señor me ha hecho el honor de cargar, la cruz de no poder abrazarlos por última vez. Dios me ha procurado también la cruz de ver en el tribunal a mi pobre madre, que ha sido llevada allí como una mujer de dolores, pero con sentimientos de religión; rueguen por ella, se lo suplico. Parece que la expedición se hará sobre las diez. Amémonos siempre en el tiempo y en la eternidad”.

Hubo varias tentativas para sacarle de la prisión, mientras él pasó la noche en oración y ayudando a los que, como él habían sido condenados a muerte. En las horas monótonas de la prisión, el P. Rogue hilvana sus pensamientos y escribe estas estrofas:

Mi suerte es encantadora, / mi alma está feliz.
Gozo en este momento / de una alegría infinita.
Que en mí todo publique / las bondades del Señor.
Mi miseria ha terminando, estoy tocando mi felicidad.

He servido a mi Dios, mi Rey, / imitando su celo;
he conservado la fe, / por ella voy a morir.
¡Qué hermosa es esta muerte /
Y digna de un corazón grande!
Ora, pueblo fiel, / para que yo sea vencedor.

A todos aquellos a quienes/
mi suerte afecta e interesa,
lejos de llorar mi muerte, /
estremézcanse de alegría;
vuelvan su ternura / hacia mis perseguidores;
soliciten sin cesar / el fin de sus errores.

No son hijos de la luz porque no escuchaban
al Sucesor de Pedro.
Pero, puesto que son nuestros hermanos,
amémoslos mucho siempre;
no opongamos a su guerra /
más que dulzura y amor.

Rey de los cielos, / Dios, lleno de clemencia,
dígnate fijar tus ojos / sobre los dolores de Francia.
Pueda mi penitencia, igual a sus crímenes,
desarmar su venganza / y rendirla para siempre.

Era jueves, el 3 de marzo de aquel año de 1796, a las tres de la tarde, cuando Pedro Renato, con las manos atadas a la espalda fue sacado de la prisión y conducido a la guillotina, que había sido colocada cerca de su colegio, donde se había consagrado al Señor y que traería a su mente tantos y tantos recuerdos. La cuchilla de la guillotina segó su cabeza en pocos minutos, mientras pronunciaba las palabras de Cristo: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. La multitud, sin miedo alguno, se abalanzó al patíbulo para empapar en la sangre del mártir lienzos, que se guardaron como preciosas reliquias. Los soldados volvieron de le ejecución llenos de admiración y respeto hacia ese heroico mártir, exclamando: “No era un hombre, era un ángel”. Tenía 38 años.

Al día siguiente su cuerpo fue inhumado en el cementerio de la ciudad en Boismoreau. Cinco personas se atrevieron a asistir al entierro y una de ellas escribió su nombre “Rogue” sobre un trozo de pizarra, que colocó sobre su cuerpo, para poder algún día identificarlo. Su propia madre, pasada la época de la persecución, hizo colocar una cruz sobre la tumba de su querido hijo. En 1856 el canónigo Guesdon hizo levantar un monumento sobre su tumba, construido por suscripción popular, en el que puso esta inscripción: Aquí reposa el cuerpo de Pedro Renato Rogue, sacerdote de la Misión, Nacido en Vannes el 11 de Junio de 1758, muerto el 3 de Marzo de 1796, mártir de la fe. Desde su juventud volvió su corazón hacia el Señor. En un tiempo de pecados, afianzó a sus hermanos en la piedad. Rehusó violar la santa Ley de Dios y fue inmolado.

El Obispo de Vannes, Mons. Alcime Gouraud, y el Superior General de la Congregación de la Misión, P. Antonio Fiat, encomendaron a una comisión la iniciación del proceso de beatificación del P. Pedro Renato Rogue en el año 1908. El Papa Pío XI, el 12 de junio de 1929, firmó el decreto de la Causa de Beatificación y el 10 de mayo de 1934, en la Basílica de San Pedro, mandó inscribir a Pedro Renato Rogue en el número de los beatos de la Revolución Francesa, Misionero de san Vicente de Paúl y mártir de la Eucaristía y de la Caridad. Sus reliquias se encuentran actualmente en la Catedral de Vannes, donde son veneradas.

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Por P. Andrés Felipe Rojas, CM

Sacerdote Misionero de la Congregación de la Misión, Provincia de Colombia. Fundador y Director de Corazón de Paúl. Escritor de artículos de teología para varias paginas web, entre ellas Religión Digital. Autor de varias novenas y guiones litúrgicos. Actualmente párroco del Santo Cristo de Guaranda (Sucre)

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