BIOGRAFÍA

Juana Rendú nació en la localidad de Confort (departamento de Ain), Francia, el 9 de septiembre de 1786. Sus padres eran Juan Antonio Rendu y María Ana Laracine. A los pocos años muere su padre y su madre se queda al cuidado de sus tres hijos. Era la época de la Revolución, tiempos difíciles. Recibió la primera comunión de forma clandestina. Hizo sus estudios en el pensionado de las Ursulinas en Gax, a varios kilómetros de Confort.

Tenía sólo 16 años cuando se entregó a Dios y a los Pobres ingresando en la Compañía de las Hijas de la Caridad, un 25 de mayo de 1802.

Jeanne Marie se preocupa mucho por corresponder bien a las exigencias de su nueva vida. Su salud se resiente tanto por la tensión de su espíritu como por la falta de ejercicio físico. Siguiendo el consejo del médico y de su padrino, señor Emery, envían a Jeanne Marie a la casa de las Hijas de la Caridad del barrio Mouffetard, para dedicarse al servicio de los pobres. Allí permanecerá 54 años.

La sed de acción, de entrega, de servicio, que abrasaba a Jeanne Marie no podía encontrar un terreno más propicio para ser saciada que este barrio parisiense. Es, en aquella época, el barrio más miserable de la capital en plena expansión: pobreza en todas sus formas, miseria psicológica y espiritual, enfermedades, tugurios insalubres, necesidades… son el lote cotidiano de sus habitantes que luchan por sobrevivir. Jeanne Marie, que recibió el nombre de Sor Rosalía, hizo allí “su aprendizaje” acompañando a las Hermanas en la visita a los enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo enseña el catecismo y la lectura a las niñas que acogían en la escuela gratuita. En 1807, Sor Rosalía, con emoción y con una profunda alegría, rodeada de las Hermanas de su comunidad, se compromete por medio de los votos al servicio de Dios y de los pobres.

En 1815, Sor Rosalía es nombrada Superiora de la comunidad de la calle de los “Francs Bourgeois”, que será trasladada dos años más tarde a la calle de “L’Epée de Bóis” por razones de espacio y de comodidad. Entonces van a poder revelarse todas sus cualidades de abnegación, de autoridad natural, de humildad, de compasión, su capacidad de organización, etc. Sus pobres, como los llama, son cada vez más numerosos en esta época turbulenta. Los estragos de un liberalismo económico triunfante acentúan la miseria de los marginados. Sor Rosalía envía a sus Hermanas a todos los rincones de la feligresía de la parroquia de “Saint Médard” para llevar alimentos, ropa, atender a enfermos, decir una palabra reconfortante… las damas de la Caridad las ayudan en las visitas a domicilio. La joven Conferencia de San Vicente de Paúl viene a buscar en Sor Rosalía apoyo y consejos para ir en ayuda de todos los necesitados.

Con el fin de aliviar a todos los que sufren, Sor Rosalía abre un dispensario, una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes obreras y una casa para ancianos sin recursos. Muy pronto, va a establecerse toda una red de obras caritativas para combatir la pobreza.

Su ejemplo estimula a sus Hermanas, con frecuencia les dice: “Debéis ser como un apoyo en el que todos los que están cansados tienen derecho a depositar su carga”. Y así, sencillamente, vive la pobreza y deja transparentar la presencia de Dios en ella.

Su fe, firme como una roca y límpida come una fuente, le hace ver a Jesucristo en toda circunstancia: experimenta en lo cotidiano la convicción de San Vicente: “Si vais diez veces cada día a ver a un pobre, diez veces encontraréis en él a Dios… vais a pobres casas, pero allí encontraréis a Dios”. Su vida de oración es intensa; como afirma una Hermana, “vivía continuamente en la presencia de Dios; si tenía que cumplir una misión difícil, estábamos seguras de verla subir a la capilla o de encontrarla de rodillas en su despacho”.

Estaba atenta a asegurar a sus compañeras el tiempo para la oración, pero había “que saber dejar a Dios por Dios” como San Vicente había enseñado a sus Hijas. Así, Sor Rosalía, al ir con una Hermana a hacer una visita de caridad, la invita diciendo: “Hermana comencemos nuestra oración”. Indica con pocas y sencillas palabras la historia y entra en un profundo recogimiento.

Como la religiosa en el claustro, Sor Rosalía camina con Dios: le habla de aquella familia con dificultades porque el padre no tiene ya trabajo, de ese anciano que corre el riesgo de morir sólo en la buhardilla: “Nunca he hecho tan bien la oración como en la calle” dice ella.

“Los pobres notaban su modo de rezar y de actuar”, dice una de sus compañeras. “Humilde en su autoridad, Sor Rosalía nos reprendía con una gran delicadeza y tenía el don de consolar. Sus consejos, procedentes de la justicia y con todo su afecto, penetraban en las almas”.

Es muy atenta en el modo de acoger a los pobres. Su espíritu de fe ve en ellos a nuestros “maestros y señores”. “Los pobres os maltratarán”. Cuanto más maleducados e insolentes sean, con más dignidad debéis tratarlos. Dice: “Recordad que esos harapos esconden a Nuestro Señor”.

Los superiores le mandan las postulantes y las Hermanas jóvenes para la formación. Le envían a su casa, por cierto tiempo, a Hermanas un poco difíciles o frágiles. A una de sus Hermanas en crisis le da un día un consejo, que es el secreto de su vida: “Si quiere que alguien la quiera, sea la la primera en amar, y si no tiene nada que dar, dése a sí misma”. Con el aumento de Hermanas, la casa de beneficencia se convierte en una casa de caridad con un ambulatorio y una escuela. Ella ve en ello la Providencia de Dios.

Su notoriedad se extiende pronto por todos los barrios de la capital y, más allá, a las ciudades de provincias. Sor Rosalía sabe rodearse de colaboradores generosos, eficaces y cada vez más numerosos. Los donativos afluyen rápidamente, pues los ricos no saben resistir a esta mujer persuasiva. Incluso los soberanos que se sucedieron en el gobierno del país no lo olvidaron en sus generosidades.

Las Damas de la Caridad ayudan en sus visitas a domicilio. A menudo podía verse en el recibidor de la casa a obispos, sacerdotes, el embajador de España, Donoso Cortés, Carlos X, el general Cavaignac, los hombres de Estado y de la cultura, hasta el emperador Napoleón III con su cónyuge, así como estudiantes de derecho, de medicina, alumnos del politécnico, que iban a buscar información, recomendaciones o a pedir consejo sobre a qué puerta ir a llamar antes de hacer una buena obra. Entre ellos el beato Federico Ozanam, cofundador de las “Conferencias de San Vicente de Paúl” y el Venerable Juan León Le Prévost, futuro fundador de los Religiosos de San Vicente de Paúl, que buscaban consejo para poner en marcha sus proyectos.

Ella estaba en el centro de un movimiento de caridad que caracterizó París y Francia en la primera mitad del siglo XIX.

La experiencia de Sor Rosalía es inestimable para aquellos jóvenes. Ella orienta su apostolado, guía sus idas y venidas en el suburbio, les da direcciones de familias necesitadas escogiéndolas con cuidado.

Entra también en relación con la Superiora del “Bon Sauveur” de Caen y le pide que acoja a muchas personas. Está especialmente atenta a los sacerdotes y religiosas afectados de trastornos psíquicos. Su correspondencia es breve pero emocionante por su delicadeza, paciencia y respeto hacia esos enfermos.

Las pruebas no faltan en el barrio Mouffetard. Las epidemias de cólera se suceden. La falta de higiene, la miseria favorecen su virulencia. De modo particular, en 1832 y en 1846, la abnegación y riesgos que corren Sor Rosalía y sus Hermanas causaron admiración. Se la vio recoger ella misma los cuerpos abandonados en las calles durante las jornadas de motines de julio de 1830 y de febrero de 1848 en las barricadas y las luchas sangrientas que enfrentan el poder a una clase obrera desencadenada. Monseñor Affre, arzobispo de París, es asesinado al querer interponerse entre los beligerantes. Sor Rosalía sufre, ella también sube a las barricadas para socorrer a los combatientes heridos, fueran del bando que fueran. Sin temor alguno, arriesga su vida en los enfrentamientos. Su valentía y su espíritu de libertad causan admiración.

Cuando se restablece el orden, trata de salvar a muchos de aquellos hombres que conoce bien y que son víctimas de una feroz represión. Le ayuda mucho el alcalde del distrito, doctor Ulyssse Trélat, republicano puro, muy popular él también.

En 1852, Napoleón III decide imponerle la Cruz de la Legión de honor. Ella está dispuesta a rehusar este honor personal, pero el Padre Etienne, superior de los Sacerdotes de la Misión y de las Hijas de la Caridad, le obliga a aceptar.

De salud frágil, Sor Rosalía nunca se tomó un instante de descanso, y acababa siempre por superar sus fatigas y sus fiebres. Pero, la edad, una gran sensibilidad y la acumulación de tareas, acaban por llegar al extremo de su gran resistencia y de su fuerte voluntad. Durante los dos últimos años de su vida, se va quedando progresivamente ciega y muere el 7 de febrero de 1856, tras una corta enfermedad.

La emoción es grande en el barrio y en todos los medios sociales de París y provincias. Después de celebrar los funerales en la Iglesia de Saint Médard, su parroquia, una multitud inmensa, embargada por la emoción, sigue a su cadáver hasta el cementerio de Montparnasse, queriendo así manifestar su admiración por la obra que ha realizado y su afecto hacia esta Hermana extraordinaria.

Numerosos artículos de la prensa dan testimonio de la admiración e incluso de la veneración que Sor Rosalía había suscitado. Periódicos de toda tendencia se hacen eco de los sentimientos del pueblo.

L’Univers, periódico principal católico de la época, dirigido por Louis Veuillot, escribe el 8 de febrero: “Nuestros lectores comprenderán la gran desgracia que acaba de acontecer a la clase pobre de París y unirán sus sufragios a las lágrimas y oraciones de los necesitados”.

El Constitutionnel, periódico de la izquierda anticlerical, no duda en anunciar la muerte de esta Hija de la Caridad.“Los pobres del distrito 12 acaban de tener una pérdida muy lamentable: Sor Rosalía, superiora de la comunidad de la rue de l’Epée de Bois murió ayer después de una larga enfermedad. Desde hace muchos años, esta respetable religiosa era la providencia de las clases necesitadas, muy numerosas en ese barrio”.

El periódico oficial del Imperio, le Moniteur, alaba la acción benéfica de esta Hermana:“Se han rendido las honras fúnebres a la Hermana Rosalía con un brillo inhabitual: esta santa mujer era, desde hace cincuenta y dos años, muy caritativa en un barrio donde hay muchos miserables que socorrer. Todos los pobres, llenos de gratitud, la han acompañado a la Iglesia y al cementerio. Un piquete de honor formaba parte del cortejo”

Muy numerosos son los que van a visitarla al cementerio “Montparnasse”. Y a recogerse ante la tumba de aquella que fue su Providencia. Pero !qué difícil es encontrar el lugar reservado a las Hijas de la Caridad! Por eso, se trasladan sus restos a un lugar mucho más accesible, más cerca de la entrada del cementerio. En su tumba sencilla, hay una gran cruz, en cuya base están grabadas estas palabras: “A Sor Rosalía, sus amigos agradecidos, los pobres y los ricos”. Manos anónimas han adornado y continúan adornando con flores su sepultura como homenaje, discreto pero permanente, a esta humilde Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.

El beato Ozanam y la Conferencia de San Vicente de Paúl
(Víctor Estrada Aguirre, C.M.)

Ozanam sabía el camino de la casa de sor Rosalía. Un día, conociendo ésta la delicadeza de su hermoso espíritu compasivo que se veía inclinado a una excesiva liberalidad, le había dicho: Hijo mío, lo que les digo a sus amigos, no tengo necesidad de decírselo a usted. Gracias a Dios, usted conoce bien a los pobres, como es debido. Ozanam acudía de buena gana a la calle de I’Epée, a aquel santuario de la caridad. Cuando salió de la casa del señor Bailly, preocupado por las últimas discusiones que habían tenido en la Conferencia, no vaciló en dirigir enseguida sus pasos para ir a buscar en casa de sor Rosalía las consignas que imponían las circunstancias.

Fue allá acompañado de Letaillandier. Y decidieron que, para responder al reto que les habían lanzado en la conferencia, tenían que emprender alguna obra, de las que más agradan a nuestro Señor, una obra de caridad. Así quedó disuelta la conferencia de la historia y se convirtió en conferencia de caridad: La Conferencia de San Vicente de Paúl

El camino de la Sorbona a la calle de I’Epée de-Bois fue más que nunca conocido y recorrido. Y sor Rosalía tuvo la dicha de ver reunirse varias veces en su casa a los primeros miembros de la Conferencia de San Vicente de Paúl, de ver entre ellos a un joven que también llevaba el apellido Rendú, y de sentir cómo se avivaba y propagaba el hermoso fuego de la caridad. Los jóvenes venían en grupo a su casa; pero a veces también venían individualmente a buscar consejos, recomendaciones y aliento. Se llevaban consigna y órdenes de servicio y se derramaban por las calles del barrio como mensajeros de la caridad.

Al principio, la Conferencia de san Vicente de Paúl estaba destinada a funcionar entre los compañeros de la escuela; se limitaría a ejercer sus tareas en el círculo íntimo en que había sido fundada. Así es como funcionó durante dos años. Pero un día, uno de aquellos jóvenes estudiantes, el señor Le Prévost, llevado de su celo apostólico, propuso en una reunión desdoblar la conferencia para poder extender sus obras de caridad. Se trataba de establecer una en san Sulpicio; quizá más tarde podrían fundarse otras… Se alborotaron los ánimos de aquellos buenos apóstoles, celosos de su intimidad. La cosa llegó a calentarse tanto que el prudente señor Bailly creyó oportuno cerrar la discusión. Finalmente él, el autor de la propuesta, como punto final de sus argumentos, hizo observar que la idea no era suya, sino que procedía de sor Rosalía, deseosa de extender cada vez más lejos el reino de Dios. Sus palabras fueron decisivas; el nombre de sor Rosalía hizo callar todas las oposiciones. Y se adoptó la decisión de dividir la conferencia.

Pronto habría de verse cómo, gracias a sor Rosalía, se iban extendiendo las Conferencias de san Vicente de Paúl, como un reguero de pólvora, por toda la superficie del globo. Llegando a encerrar al mundo -decía Ozanam- dentro de una red de caridad.

Así pues, San Sulpicio tuvo también su conferencia. La célula madre se desdobló. Antes de separarse, los miembros oyeron del señor Bailly estas graves palabras: Señores, amemos nuestras reglas; si las guardamos con fidelidad, estemos seguros de que ellas nos guardarán a nosotros y guardarán nuestra obra.

Por la Regla, indicará más tarde, en 1841, el señor Bailly, entendemos sobre todo las consideraciones generales que proceden a nuestro reglamento propiamente dicho, donde se expresa el espíritu que debe llenarnos a todos y que vivificará para siempre nuestros débiles esfuerzos. Porque estas consideraciones son la Palabra de Dios, son las máximas de los santos, son principalmente el pensamiento de san Vicente de Paúl, que nosotros no hemos hecho más que aplicar a las tareas de nuestra obra. En estas expresiones, ¿quién no ve la sombra discreta de sor Rosalía?

San Vicente podía estar contento de sor Rosalía. Ella hacía pasar el alma generosa de todos aquellos jóvenes que gravitaban alrededor de la casa de I’Epée-de-Bois un poco el alma de su santo fundador, tan humilde y tan sencillo en el seno de los más espléndidos ardores de su caridad. Sor Rosalía continuaba influyendo tanto en el pensamiento de la conferencia como en el ánimo de aquellos jóvenes que le tenían en tan alto aprecio.

LA CORRESPONDENCIA DE SOR ROSALÍA RENDÚ

Los ecos de esta amistad pueden escucharse a través de la correspondencia de la Hermana. Porque estos jóvenes, una vez establecidos en las diversas provincias o en los alrededores de París, deseaban seguir aprovechándose del patrocinio de aquella que les había protegido y guiado maternalmente durante sus estudios en la capital. Sor Rosalía se prestaba de buena gana a este apostolado. Sus cartas podrían llevar lejos sus consejos y sus alientos. Habiendo adquirido sobre ellos una especie de autoridad maternal, usaba de gran libertad con ellos en sus avisos, en sus recomendaciones. Sus cartas están llenas de testimonios de afectuoso interés. Aparece con frecuencia la palabra amistad. Estas páginas están esmaltadas de términos delicados, casi cariñosos, que le permiten a su autoridad derramar a raudales los beneficios de su caridad.

Se conserva toda una serie de cartas, llenas de encanto, dirigidas a un joven notario, que durante el tiempo de sus estudios de Derecho en París había disfrutado de los consejos y de la vigilancia de sor Rosalía. Aquel joven le comunica su esperanza de matrimonio, más tarde le habla de su boda y de todos los acontecimientos de su vida familiar. Y sor Rosalía le contesta por urbanidad, pero también por sincera amistad y, en los comienzos, por verdadera vigilancia sobre aquel joven que se lanzaba a la vida con verdadera ilusión. Se conservan unas treinta cartas, escalonadas en dos períodos, de cinco años cada uno. Del año 1835 al 13 de febrero de 1840 se intercambiaron treinta y cuatro; del 5 de enero de 1845 al 28 de diciembre de 1849 se cuentan solamente diez. Hay una interrupción de cinco años, perfectamente explicables por los acontecimientos, trágicos a veces, de aquella época.

LOS CINCO ROSTROS DE ROSALIA RENDÚ (RESUMEN)
(P. Robert Maloney, C.M.)

1. Trabajadora y organizadora extraordinaria.

Para las jóvenes y las madres más necesitadas, Rosalía organizó muy pronto clases de costura y bordado. Más tarde, fundó una guardería y un parvulario donde se hacían cargo, durante todo el día, de los hijos de las madres trabajadoras. Para esas mismas jóvenes, fundó las Hijas de María con una rama para madres cristianas dedicada a Nuestra Señora del Buen Consejo. Aunque Rosalía no fue partidaria de los orfanatos, en 1851 aceptó administrar uno y en 1852 abrió un asilo para ancianos. Ayudó al establecimiento de las Conferencias de San Vicente de Paúl y daba consejos a sus miembros.

2. Superiora local

Tres aspectos principales para resaltar de la función como superiora:

• 1. Un primo suyo describe las relaciones de Rosalía con las Hermanas de la comunidad con esta frase: «ternura infinita»

• 2. La casa donde Rosalía era Hermana Sirviente se convirtió, por así decirlo, en una «casa deformación»

• 3. Con la animación de Rosalía, esta casa extraordinariamente activa, era también de manera extraordinaria una casa de oración.

3. La mujer Intrépida

Era una mujer aguerrida, enfrentada a las difíciles situaciones de la revolución, que se enfrentó en defensa de la vida y en defensa de los pobres, es un claro ejemplo de una mujer que entregaba a diario su vida por los más necesitados.

4. Amiga de ricos y de pobres

• Había tomado a Federico Ozanam y a sus compañeros para instruirlos en el servicio de los pobres.

• Desde 1833 hasta la muerte de Rosalía, el Vizconde de Melun iba a verla al menos una vez por semana para escuchar sus consejos.

• Ayudaban materialmente a Sor Rosalía: el Rey y la Reina, el General Cavaignac, escritores y hombres políticos como Lamartine y Caubert y otros muchos políticos y administradores locales. El Embajador de España, Donoso Cortés, iba a casa de Rosalía todas las semanas para que le diera una lista de pobres a quien visitar. Cuando él mismo cayó enfermo en 1853, Sor Rosalía lo asistió hasta su muerte.

• El 27 de febrero de 1852, se le concedió el premio de la Legión de Honor.

• El 18 de marzo de 1854, el Emperador Napoleón III y la Emperatriz Eugenia fueron a verla a su casa.

5. Fiel, a veces incomprendida, Hija de la Caridad

Entre todas las causas de beatificación de los miembros de nuestra Familia Vicentina, la que más me interesa es precisamente la de Rosalía Rendu. Era venerada mientras vivía.

El conflicto entre el P. Nozo, por el desfalco económico a finales del año 1830, y con los Padres Etienne y Aladel. La noticia de este conflicto se publicó en los periódicos, de modo que todo París hablaba de ello. Por fin el Arzobispo de París se decidió a intervenir y redactó un documento de interdicción contra el Padre Etienne, el Padre Aladel y los otros. Rosalía intervino pidiendo al Arzobispo que apaciguara las cosas.

Es interesante señalar que Rosalía no toleró, en su presencia, ninguna crítica contra el Padre Etienne, a pesar de las relaciones frías. Un día, en el recreo, una Hermana joven, con un poco de humor, hizo una observación sobre la corpulencia del Padre Etienne. Rosalía la reprendió más bien severamente: «Le tolero esta observación considerando su edad, pero no hubiera hablado usted así si hubiera pensado que Dios y San Vicente se hacen representar por sus Superiores»

ANEXO:
MISA DE BEATIFICACIÓN DE 5 SIERVOS DE DIOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
(Fragmento)
Domingo 9 de noviembre de 2003

En una época turbada por conflictos sociales, Rosalía Rendu se hizo gozosamente servidora de los más pobres, para devolver a cada uno su dignidad, con ayudas materiales, con la educación y la enseñanza del misterio cristiano, impulsando a Federico Ozanam a ponerse al servicio de los pobres.

Su caridad era creativa. ¿De dónde sacaba la fuerza para realizar tantas cosas? De su intensa vida de oración y de su incesante rezo del rosario, que no abandonaba jamás. Su secreto era simple: verdadera hija de san Vicente de Paúl, como otra religiosa de su tiempo, santa Catalina Labouré, veía en todo hombre el rostro de Cristo. Demos gracias por el testimonio de caridad que la familia vicentina sigue dando al mundo.

GRANDES ETAPAS.

09 de Septiembre 1786 Nace en Confort (Ain) Francia.
25 de Mayo de 1802 Entra a la Compañía de las Hijas de la Caridad en Paris.
1807 Emite los votos en la Compañía
1815 Nombrada Superiora de la comunidad de la calle de los “Francs Bourgeois”.
1840 Conoce a los jóvenes universitarios de la Sorbona
1852 Napoleón III decide imponerle la Cruz de la Legión de honor.
7 de febrero de 1856Falleció. Tras una corta enfermedad.
09 Noviembre 2003El papa Juan-Pablo II la Proclama Beata.
07 de FebreroFiesta litúrgica

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