Este 18 y 19 de julio se cumplen 190 años de la aparición de la Virgen a una hija de la caridad en el año 1830, en una Francia convulsionada y agitada política y socialmente.

Esta clase de apariciones, nunca fueron habituales, en años atrás, de hecho, solo se registraban Guadalupe en 1531, la Virgen del Carmen 1251, la Virgen del Rosario 1208 y la Virgen del Pilar, en España, que se considera como la primera aparición mariana de la historia hacia el año 40.

Con la visión de Catalina, emergería una serie de apariciones a lo largo y ancho del mundo, incluso años después dentro de la misma comunidad de la santa.

En 1840 Sor Justina Bisqueyburu aseguraría haber visto también a la Santísima Virgen y le daría el encargo del escapulario verde. Solo seis años después otra hija de la Caridad en Troyes, Sor Apolonia Andriveau tendría un diálogo personal con Jesús donde le encargaría un escapulario, esta vez rojo.

El boom de las apariciones, si se me permite emplearlo así, tuvo su “mecha” en la Rue de Bac; Una serie de apariciones en Francia, en 1846 una nueva visión de la Virgen en La Salette y en 1858 una joven Bernadette Soubirous, vio a la virgen María al sur del país, “se me ha aparecido como la de la Medalla Milagrosa”, afirmó. Pero esto no para ahí, en 1870 una nueva aparición en Pontmain y en 1876 en Pellevoisin.

Lo curioso no termina ahí, me di a la tarea de identificar cada una de estas apariciones en el mapa de Francia, y resultó formándose una letra M, trazada por todo el territorio. Misterio o no, las apariciones se hicieron populares, no solo en Francia sino en el resto del mundo.

Mapa de Francia, señalando el lugar de las apariciones

Todo el siglo pasado estuvo cargado de cientos de apariciones, algunas de ellas cobraron muchísima fuerza y dieron origen a nuevas advocaciones marianas. El siglo XXI acompañado del famoso fenómeno milenaristas, testigos de apariciones, no dejan de asegurar que han visto a Nuestro Señor o la Virgen, anunciando tiempos difíciles o catástrofes.

¿Qué son las apariciones?

Las apariciones no son nuevas, la Sagrada Escritura en muchos pasajes, presenta relatos de visiones y encuentros, que conectan al pueblo, o a un profeta, o a un ungido con la realidad Divina, invitándolos a:

• Un cambio de vida, acompañado de un proceso de purificación;
• A quedar conectados con la realidad de los que sufren, es decir visibilizar al otro;
• Y finalmente, lo confirman en una misión, que, en la mayoría de los casos, es ayudar en el mismo proceso a los demás.

Los ejemplos más claros del Antiguo testamento están en los profetas desde Samuel, pasando por Amos, Isaías, Jeremías y Job.

En el Nuevo Testamento, son recurrentes al final de los Evangelios, las apariciones de Nuestro Señor, restableciendo la unidad de sus seguidores, perdonándoles sus pecados y enviándolos a una misión. En Hechos de los Apóstoles son famosas las apariciones de los ángeles, haciendo alusión a los escritos del Antiguo Testamento donde la presencia de Dios con el Pueblo y sus elegidos estaban mediadas por los Ángeles.

En Pablo encontramos una de las apariciones más importantes de toda la historia cristiana, con las mismas características que hemos mencionado. Se da un encuentro místico donde Jesús lo invita a visibilizar a los perseguidos “Soy Jesús al que tú persigues”, sus víctimas son seres humanos a quienes les debe ser respetada su dignidad. Su ceguera momentánea le permite hacer una reflexión introspectiva, mirar dentro de sí y reconocer su pecado, para luego encontrarse con Ananías y recibir su misión de Apóstol.

Aunque este escrito no tiene como intención especial hacer un esbozo de las apariciones en general, si era oportuno hacer mención de lo anterior.

¿Qué pasó realmente en la noche del 18 de julio de 1830?

Para aclarar ninguna aparición, dentro de la Iglesia, es considerada dogma de fe, de hecho, nadie está obligado a “creer” (en el sentido estricto de la palabra) una aparición, ya que son manifestaciones personales, que llegan a ser aceptadas por la autoridad eclesiástica, luego de un riguroso análisis, buscando comprobar que dicha manifestación no atenta contra la triada eclesiástica: Las Sagradas Escrituras, el Magisterio y la Tradición.  

La Santa Sede ha sido cuidadosa y meticulosa a la hora de dar fe a ciertas apariciones, pero podemos estar tranquilos, las apariciones de la Rue de Bac, son dignas del aprecio y aceptación por parte de numerosos Pontífices. La Medalla Milagrosa es de las pocas aprobadas por la Iglesia, junto a la Medalla de San Benito y el Escapulario de la Virgen del Carmen.

Hay algo en común con muchas apariciones, desde la famosa aparición del monte Tepeyac en 1531. La Virgen se ha manifestado a los pobres, a los sencillos, desde indígenas (como el caso de Colombia y otros países sudamericanos) hasta sencillos religiosos y religiosas.

En los supuestos diálogos, Nuestra Señora ha hablado desde la esperanza, asegurando su compañía en los momentos difíciles y recordando que el Evangelio, es decir Cristo, siempre será la salida ante un mundo cargado de Sufrimiento.

Y finalmente la Virgen se ha presentado a sí misma como la pobre de Nazareth, las coronaciones siempre han venido después.

De la aparición de 1830, hay muchas novedades, la presentación de María como una madre cercana, que incluso permite que Catalina se ponga a sus pies para conversar cariñosamente, pero también su mensaje, ella se presenta como en las bodas de Canaán presentando a Jesús, vivo y sacramentado en el altar, pero también en los pobres.

La famosa invitación mariana “venir al pie de este altar allí las gracias serán derramadas” es un bálsamo de confianza en Dios en medio de las cruentas tribulaciones. No es Dios que castiga al mundo ni lo destruye, es el hombre que ha arrojado por el suelo la cruz (como lo dice el relato) y destruye con la violencia todo a su paso.

Por eso siempre me ha costado entender esas supuestas apariciones que presentan a la Virgen María como una abogada ante la ira implacable de Dios que quiere destruir el mundo.

Pero a nosotros se nos olvida un dato demasiado importante, ella se aparece en la fiesta de San Vicente de Paúl, el patrono de las obras de caridad, dicha memoria se celebraba antiguamente el 19 de julio (vetus ordus). La misma Santa manifiesta en sus escritos que fue en una piadosa oración a San Vicente, mientras se comía un trozo de su roquete, donde le pidió que le diera la gracia de ver a la Santísima Virgen María.

La respuesta la encontramos en la vida de la Santa del Silencio, como es llamada Catalina, la aparición no la apartó de sus hermanas, no le dio ningún privilegio especial, no le dio ningún tipo de reconocimiento, ella siguió su vida de entrega y sacrificio en favor de Cristo en la persona de los más pobres.

Su devoción a la Madre de Dios, le dio la confianza suficiente, para no sentirse huérfana en la vida y es muy probable que la Virgen se le haya seguido apareciendo a lo largo de su historia, manifestándose en el amor de sus hermanas, en el amor de las madres que atendía y sobre todo ella manifestó a otros el rostro maternal de María, que le enseñó que de sus manos se derramaban gracias a la humanidad, y pensándolo bien, que más manos que nuestra manos cuando se disponen a hacer las cosas por amor en favor del bien.

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Por P. Andrés Felipe Rojas, CM

Sacerdote Misionero de la Congregación de la Misión, Provincia de Colombia. Fundador y Director de Corazón de Paúl. Escritor de artículos de teología para varias paginas web, entre ellas Religión Digital. Autor de varias novenas y guiones litúrgicos. Actualmente párroco del Santo Cristo de Guaranda (Sucre)

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