De frente al pesebre, lugar que nos remite directamente a la sobriedad y a la pobreza del Gólgota, nos recuerda que Jesús nació y murió en la completa desnudez, asumiendo con autenticidad la realidad de los marginados y de los pobres de su tiempo. En Belén encontramos una familia excluida (Lc. 2,7) y perseguida (Mt. 2, 13-15), pero que no deja perder el calor de hogar, reconoce en el otro la verdadera riqueza.

La Navidad ha quedado invadida por una sociedad de consumo, con un personaje ficticio y pagano (Papa Noél o Santa Claus) que se ha vuelto el centro de culto de una mayoría enceguecida por las luces del poder económico, desplazando así los valores cristianos que deben hacernos volver al pesebre, desde donde Dios denuncia los sistemas corruptos de las elites gobernantes y nos pide asumir la pobreza como una condición y estilo de vida para entrar en el Reino de Dios.

El espectáculo de la caridad lleva a un grupo favorecido a “aliviar sus conciencias” llevando mercados y juguetes a los pobres, pero sin indignarse por su situación, y muchos gobiernos locales y nacionales aprovechan la temporada para vaciar las arcas comprando juguetes, pero sin interesarse por mejorar las infraestructuras (escuelas, bibliotecas, parques) que usan los niños, niñas y jóvenes el resto de meses.

El tiempo de Jesús y el nuestro, están separados por la distancia cronológica, pero las vicisitudes siguen siendo las mismas, vivimos tiempos difíciles como humanidad, la navidad es vida, nacimiento, pero el rechazo a la vida ha llevado, por un lado, con la aporofobia (rechazo a los pobres) buscando privar de los hijos a los menos favorecidos, justificando el abominable crimen del aborto con la cruda escusa que aquellos que carecen de capital suficiente no merecen tener hijos, pero los gobiernos de los países empobrecidos no buscan la forma de mejorar la situación de vida de los campesinos y de las periferias, dicha falta de garantías ha llevado a una migración masiva a las ciudades, perdiéndose la mano de obra en los campos.

Por otro lado, la tendencia a relativizar todo, la elite científica y los países del primer mundo, gastan gran parte de sus riquezas buscando vida fuera de la Tierra, desobligándose de la situación de millones de personas que en el mundo viven en situaciones de extrema pobreza, muriéndose de física hambre, siendo que dichos países se favorecen de la explotación desmedida de las riquezas naturales de aquellos pueblos empobrecidos. Y esa nueva versión de colonialismo, disfrazada de caridad y asistencialismo, ha llevado al estancamiento de muchas comunidades.

La Navidad que se ha entregado a la profanidad, nos ha arrebatado la capacidad de redescubrimos desnudos, de cara a Dios, en el propio pesebre de nuestras debilidades y miserias, que hemos ido adornado con faustos poderes y vanaglorias, que no nos permite salir al encuentro del otro.

Puede que la frase de cliché “Feliz Navidad” se vea opacada por los diversos acontecimientos ruinosos que acompañaron el 2020, pero puede ser el grito de la devastada tierra, que nos llama la atención por la destrucción masiva de nuestros ríos, de nuestros ecosistemas, de nuestra casa común. En este tiempo también hemos visto la falta de empatía, de amor por el otro, que muestra cada vez más la sociedad egoísta y hedonista en la que vivimos, por un lado, la falta de cuidado con la escusa de “a mi no me pasará nada” pero sin importarnos al otro que puede convertirse en una víctima mortal, y por otro una sociedad que se interesa más por la embriaguez, los antros y el espectáculo y no por su progreso social y espiritual.

Llega un punto en que nos preguntamos si nos merecemos esto y más de lo que nos está pasando, y si estos catastróficos acontecimientos nos han servido para hacer un alto en el camino y volver a recapitular nuestra historia, siendo más sensibles y conscientes de nuestra responsabilidad con Dios, el prójimo, el pobre, la naturaleza y con nosotros mismos. O si, por el contrario, seguiremos asumiendo la misma mentalidad de descarte, indiferencia y consumo que imperan en este siglo.

La idea no es que solo Jesús nazca en nuestros corazones, que suena más a frase de cajón, sino que nosotros volvamos al pesebre de donde hemos salido, para reencontrarnos con los verdaderos valores cristianos, asumiendo la pobreza profética y dejándonos formar por el Evangelio, que ayer como hoy siguen siendo brújula y faro de un mundo que se debate entre el reino de la muerte y el Reino de Dios.

“Que Jesús recién nacido, tenga en nosotros su cuna y more eternamente….”

Atentamente: P. Andrés Felipe Rojas, CM

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Por P. Andrés Felipe Rojas, CM

Sacerdote Misionero de la Congregación de la Misión, Provincia de Colombia. Fundador y Director de Corazón de Paúl. Escritor de artículos de teología para varias paginas web, entre ellas Religión Digital. Autor de varias novenas y guiones litúrgicos. Actualmente párroco del Santo Cristo de Guaranda (Sucre)

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