En la institución de la Congregación de la Misión, San Vicente de Paúl siempre tuvo gran claridad de que esta obra estaba inspirada por Dios, para el servicio de la Iglesia y de los pobres primordialmente, y que esta “pequeña Compañía” debía traspasar las fronteras de Francia y, llegar a los confines del mundo y hasta el final de los tiempos.
Pero para que sus hijos seamos verdaderamente hombres de Dios, hemos de arder con la brasa del celo apostólico, viviendo en medio de trabajos y sacrificios, con gran mansedumbre, sencillez y humildad, pues de nada sirve el celo si va acompañado de soberbia, mal genio, prepotencia y dominio de los demás. Sabiamente nos dejó, por esto, las cinco virtudes características del misionero, que son como «las cinco piedras con las que venceremos al infernal Goliat», por eso continúa diciendo: «La Congregación ha de empeñarse muy cuidadosamente en ellas, pues estas cinco virtudes son como las poten¬cias del alma de la Congregación entera, y deben animar las acciones de todos nosotros». RR.CC. Capítulo II, 14.
Vamos a tratar de desentrañar su significado, y ver algunas de las formas que hemos de adoptar en el mundo de hoy. Para nuestra cultura vocacional, nos aproximaremos a cada una de estas virtudes, colocando a uno de nuestros exponentes de santidad, que se caracterizó en la vivencia de esa virtud.

Las Virtudes Vicentinas obra de Arturo Asensio.

LA SENCILLEZ

San Vicente abriendo su corazón expresó: «es la virtud que más amo» (SV I, 284), y más aún la designó como una de sus fuentes de vida al decir «yo la llamo mi evangelio». Y nos dejó la definición de ella al expresar que consiste «…en decir las cosas como son».

En la vida real, la reconocemos e identificamos como verdad, sinceridad, transparencia. Así nuestra vida será sin falsedad, ni dobles agendas, haciendo que nuestro sí sea siempre sí y nuestro no, no. Vivir plenamente la sencillez nos ayudará a evitar ser falsos, decir una cosa y significar otra, ser claros, diáfanos, transparentes como las aguas límpidas de brotan de las montañas. En la vida fraterna y en el trabajo apostólico, el misionero no ha de decir una cosa en la cara de una persona y otra a sus espaldas, vivir en «con plena confianza, sin ocultar o disfrazar nada» (SVP. XII, 206).

BEATO HERMANO VICENTE CECILIA GALLARDO, C.M. -1914 – 1936

Nació en Cabra, Córdoba, España el 10/09/1914. Recibió una excelente formación cristiana en su hogar y con las Hijas de la Caridad. Quienes lo conocieron afirmaron que era un joven muy bueno, servicial, muy religioso, candoroso, sin malicia, sano, de una sólida devoción a la Virgen y de espíritu apostólico, porque enseñaba a los niños a rezar el vía crucis y a visitar a la Virgen.

Ingresó en la Congregación el 16 de febrero de 1935. Cuando vino la persecución religiosa los superiores le pidieron volver a su casa, y él echó en su maleta la sotana y el crucifijo, lo que permitió que fuera reconocido como misionero, y por esta razón fue martirizado en Canillas, Madrid, el 21/07/1936.

Como Natanael (S. Juan I. 45-50), nuestro hermano fue un hombre de Dios, sin dolo ni engaño, transparente ante Dios y ante los hombres, no presentó doble cara: ante los perseguidores fue consecuente consigo mismo: no mintió, no se avergonzó de su vocación vicentina hasta derramar la sangre por Cristo.

LA HUMILDAD

Los Misioneros Vicentinos, somos operarios del campo, entre los pobres e ignorantes, pero también entre los letrados y sabios del mundo, con éstos y aquellos, el Fundador comprendió que una de nuestras armas esenciales es la humildad. Es una virtud característica en la labor misionera que no puede faltar en “el morral apostólico” … San Vicente se expresa de ella así: “Oh santa virtud, qué hermosa eres. Oh pequeña Compañía, qué amable serás si el Señor te concede esta gracia» (SVP. XI, 56-57). Y de nuevo, continúa diciendo que la humildad es «la virtud de Jesucristo, … de su santa madre, … de los santos más grandes, … es la virtud de los misioneros» (SVP. III, 279).

Es bueno recordar el origen esta palabra, pues nos ayuda a penetrar un poco más en su significado e incidencia en nuestra vida. La palabra «humildad» viene del latín humilitas y esta deriva (el sufijo -itas indica «cualidad de ser») de la palabra humus que significa «tierra». Es tener presente lo que somos, ni más ni menos, arcilla en manos del alfarero para que él haga su obra.

La humildad nos hace capaces para reconocer y admitir nuestras debilidades y limitaciones, confiar más en Dios que en nosotros mismos. Al mismo tiempo, la humildad nos capacita para reconocer nuestros talentos, que son don de la liberalidad de Dios y han de estar al servicio de los demás.

Es la virtud que permite que nos acerquemos a los pobres, y ellos a la vez vengan a nosotros. Es la virtud que nos ayuda a ver que todos somos iguales a los ojos de Dios. En las antípodas de los humildes, están ciertamente los soberbios de corazón, quienes se creen mejores que los demás, quienes “miran a los demás por encima del hombro”. La humildad es hacernos “todo a todos para ganarlos para Cristo (1Cor.9,22).

BEATO MANUEL REQUEJO PÉREZ, C.M. – 1872 – 1936

El P. Requejo ingresó en la Congregación de la Misión a los 56 años de edad y 33 de sacerdocio, con una trayectoria brillante: Profesor en el Seminario de Burgo de Osma, canónigo en Soria, catedrático en la Universidad pontificia de Canarias, secretario de tres obispos…
“Sus compañeros de comunidad opinan que lo que lo caracteriza la vida espiritual del P. Requejo es una humildad profunda en un alma noble y ardiente. Entrado a la Comunidad a los 56 años después de haber desempeñado cargos importantes en su diócesis, su humildadfue para sus compañeros ocasión de mucha edificación…” De su biografía en MARTIRES DE LA F.V. Salvo – Moreno. 163
Terminado el Seminario Interno en la Casa Madre de París, regresó a Madrid, a su único destino como misionero vicentino, en la casa en la calle Fernández de la Hoz, ejerciendo allí con sencillez y humildad los ministerios propios de la Compañía, hasta que llegó la persecución religiosa española, muriendo martirizado el 30 de agosto de 1936 en la misma ciudad.

LA MANSEDUMBRE

Algún comentador designa a esta virtud como “la virtud vocacional”, y qué bien lo hace, dándole una actualización y vivencia para nuestro lenguaje de hoy. San Vicente, dice: «Un estilo amable gana los corazones y les atrae» (SVP. VII, 226). Y de nuevo, «si no se puede ganar a un hombre por la amabilidad y la paciencia, será difícil conseguirlo de otra manera» (SVP. XI, 65). El verdadero misionero predica con su sola estampa, con la elocuencia de su silencio, su mirada, su bondad, para él se aplican las palabras del Fundador: «Aunque no digáis palabra, si estáis entregados a Dios, conmoveréis los corazones con vuestra sola pre¬sencia.» (Abelly II.297).
Algunos equivalentes de la humildad son: bondad, cortesía, amabilidad, simpatía…. Es la virtud de la cercanía con los pobres. Aquí no hay espacio para la agresividad, la ira, los insultos…Con la mansedumbre como lo quería el Fundador, construiremos la confianza de unos con otros y abriremos los corazones de todos, sobretodo de los más tímidos y reservados… Ya que, para hacer el bien, una de las llaves que abre los corazones es sin duda la mansedumbre y la amabilidad. (SVP. XII, 227).
La hospitalidad y la acogida a quienes vienen a nuestras casas, sobremanera los jóvenes que llegan a vernos desde dentro, serán los mejores caminos que hagan que ellos, viendo nuestra vida de fraternidad, quieran en el mañana ser discípulos de Jesús, en la escuela de Paúl.

SIERVO DE DIOS JUAN BAUTISTA MANZELLA, C.M. – 1855 – 1937

En Sassari, Italia, el 23 de octubre de 1937, cuando predicaba un triduo de preparación a la visita pastoral del obispo del lugar, a las cuatro de la madrugada de este sábado, murió de una hemorragia cerebral, a los ochenta y dos años el P. Juan Bautista Manzella.
Con su bondad, amabilidad y cercanía, se ganó las almas de la isla de la Cerdeña que recorrió de uno a otro rincón llevando la Buena Nueva de Jesús a los pobres. Qué mejor testimonio de su vida que el que hizo de él San Juan Pablo II, con ocasión de la visita “ad limina” de los obispos de Cerdeña en 1981:
«No puedo dejar de recordar la obra asidua e infatigable del Sr. Manzella, el apóstol de Cerdeña, que catequizó por alrededor de cuarenta años, fue Director Espiritual en el Seminario de Sassari, y en ambas «misiones» demostró un amor apasionado que se sustentaba en su fe y trabajo incansable…”
Con razón fue llamado “el San Vicente de Paúl de Cerdena” o “El Santo Padre Manzella”.

LA MORTIFICACIÓN

Este vocabulario se compone del latín tardío «mortificāre»; formado de «mors» o «mortis» muerte y del sufijo «ficar» del latín «ficāre» de la raíz de «facĕre» que significa hacer.
Para San Vicente la mortificación es una de las condiciones esenciales de los discípulos de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz de cada día» (Lc 9, 23) La auténtica espiritualidad, es aquella que hunde sus raíces y es vivida y centrada en la persona de Jesús.
Para nosotros los hijos de Paúl, esta virtud consiste en morir a nosotros mismos para que Cristo reine en nosotros. Es la virtud de la entrega total, pensar primero en los hermanos sobre todo en los pobres, antes que en uno mismo. Seremos verdaderos misioneros, y llegaremos a la cima de la santidad si seguimos las huellas de Cristo, renunciando a nosotros mismos y mortificándonos en todas las cosas. (SVP. IX, 427).

Y el Fundador, nos continúa animando a vivirla, pues es la virtud que luego de las penas y sufrimientos nos conduce a los goces eternos: “¡Animo! ¡Tras la fatiga viene el contento! Cuanta más dificultad encuentran los fieles en renunciar a sí mismos, más gozo tendrán luego de haberse mortificado. Y la recompensa será tan grande como ha sido el trabajo. Por consiguiente, es la mortificación la que quita en nosotros lo que le disgusta a Dios; ella es la que hace que llevemos la cruz detrás de nuestro Señor y que la llevemos cada día, como él lo ordena, si nos mortificamos todos los días. La señal para conocer si uno sigue a nuestro Señor es ver si se mortifica continuamente. Esforcémonos en ello, hermanos míos, de modo que no pase un sólo día sin haber hecho al menos tres o cuatro actos de mortificación. Entonces será verdad que seguimos a nuestro Señor. Entonces seremos dignos de ser discípulos suyos. Entonces caminaremos por el camino estrecho que conduce a la vida. Entonces él reinará en nosotros durante esta vida mortal, y nosotros con él en la eterna” (SVP.XI, 523).

VENERABLE JUAN FRANCISCO GNIDOVEC, C.M. – 1856 – 1939

Monseñor Gnidovec, de origen esloveno (como nuestro actual Superior General) siendo sacerdote diocesano, se sintió atraído a la Comunidad por la vida austera y entregada de nuestros misioneros.

Cuando tenía 57 años inició su vocación vicentina, y a solo 5 años de estar en la Congregación fue elegido obispo de Skople (Macedonia), región que se prolongaba hasta el Kosovo, con muchos ortodoxos y musulmanes. Con ellos y con los católicos tuvo un celo desbordante, no escatimando esfuerzos: por encima de todo estaba el llevar el evangelio, era un misionero como sus hermanos, con grandes caminatas en el día y la noche, confesando hasta el amanecer, contentándose con un poco de pan, un pedazo de queso y una taza de té.

Dejemos que nos hable una santa que lo conoció, y a quien sin duda nosotros los Vicentinos y el mundo le creemos:» Nuestro obispo Gnidovec era un santo. Todos lo llamábamos así. Fue un gran sacerdote a semejanza del corazón de Jesús; de corazón sencillo y dócil. Cuando partía a las misiones ofició la misa por mí, me administró la comunión y me bendijo con estas palabras: ‘Usted va a las misiones. Dele a Jesús todo, viva sólo por Él, pertenézcale sólo a Él, sacrifíquese sólo por Él. Que Jesús le sea todo en su vida’. Estoy convencida que pide por mí y que tengo en él un defensor ante Jesús «. Madre Teresa de Calcuta.

EL CELO MISIONERO

Y terminemos esta breve relación de las virtudes con la quinta, que no por ser la última en la enunciación, deja de ser vital en nuestra vida misionera. Dejemos que sea el mismo Fundador quien nos hable: “Quien dice misionero, dice un hombre llamado por Dios para salvar a las almas; porque nuestro fin es trabajar por su salvación, a imitación de nuestro señor Jesucristo, que es el único verdadero redentor y que cumplió perfectamente lo que significa ese nombre amable de Jesús, que quiere decir salvador. Vino del cielo a la tierra para ejercer ese oficio, e hizo de él el objetivo de su vida y de su muerte, ejerciendo continuamente esa cualidad de salvador por la comunicación de los méritos de la sangre que derramó. Mientras vivió sobre la tierra, dirigió todos sus pensamientos a la salvación de los hombres, y sigue todavía con estos mismos sentimientos, ya que es allí donde encuentra la voluntad de su Padre. Vino y viene a nosotros cada día para eso, y por su ejemplo nos ha enseñado todas las virtudes convenientes a su cualidad de salvador. Entreguémonos, pues, a él, para que siga ejerciendo esta misma cualidad en nosotros y por medio de nosotros”. (SVP.XI,762).

Lo que en su tiempo se denominaba celo, hoy lo podemos traducir por disponibilidad o pasión por el Señor y su obra. Es la valentía y la creatividad, para permanecer en el camino emprendido, y buscar nuevos caminos para llevar a Cristo al corazón de los pobres. Es hacer que el amor de Dios arda en los corazones de los hombres, pero preferencialmente en los de los pobres. (SVP. XI, 402).

El celo no permite disculpas de edad, salud, preparación, lugar, tiempo…: «Y yo mismo, anciano y enfermo como estoy, no debería dejar de estar disponible, sí, incluso para ir a las Indias a ganar almas para Cristo» (SVP. XI, 40).

El celo es pasar de las palabras melifluas a la acción, del “amor afectivo” al “amor efectivo”, de la academia al campo misionero. El celo es escuchar, tú y yo las palabras del Fundador y hacerlas vida de nuestra vida: … “imagina entonces que hay millones de almas tendiendo sus manos hacia ti y que te llaman por tu nombre” (SVP. I, 252).

BEATO MARCO ANTONIO DURANDO, C.M. – 1801 – 1880

El 20 de octubre de 2002, San Juan Pablo II elevó a los altares al P. Durando. Este misionero vivió toda su vida en el Piamonte italiano. Quiso ir a las misiones de China y Abisinia, pero su salud deficiente fue óbice para realizarlo. Su vida estuvo marcada por su desbordante trabajo misionero: Visitador de los misioneros Vicentinos durante 42 años, director de las Hijas de la Caridad en Italia, Fundador de las Hermanas Nazarenas, impulsor de la Propagación de la Fe, asesor de grandes santos, predicador del clero y de la vida religiosa…
Durante sus largos años al frente de estas obras, siempre tenía tiempo para acompañar a sus hermanos en las misiones populares, no fue un hombre de escritorio sino un misionero con corazón ardoroso por la extensión de la obra del Señor. En su celo por hacer de la Comunidad una obra según el corazón de Cristo y de San Vicente, no le importó la impopularidad, llegando hasta expulsar de la Congregación a misioneros inobservantes y con espíritu mundano.

Nuestro misionero como San Pablo, proclamó la palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando, exhortando, con toda paciencia y deseo de instruir (Timoteo 4, 1-8) …gastándose y desgastándose» (2Cor 12, 15) hasta el final de su larga y prolífica vida misionera.

AL FINAL

Y el colofón, sellémoslo con letras de oro, salidas del corazón y la pluma de nuestro Santo Fundador:
“Y aunque debemos hacer todo cuanto esté de nuestra parte para observar las susodichas máximas evangélicas, por ser santísimas y utilísimas; no obstante, como entre ellas hay algunas que nos convienen de una manera especial, a saber. aquellas que se refieren a las virtudes de sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo de la salvación de las almas, la Congregación pondrá cuidado en practicarlas, de tal modo que estas cinco virtudes sean como las potencias del alma de toda la Compañía, y todas las acciones de cada uno de nosotros estén siempre animadas por ellas”. RR.CC. II,14

“ Por lo demás, carísimos hermanos, os rogamos y suplicamos, por las entrañas de Jesucristo, que os entreguéis de veras a la observancia más perfecta de estas Reglas; estando seguros de que, si las guardáis, ellas os guardarán, y finalmente os conducirán al fin apetecido, que es la celestial bienaventuranza. Amén”. SVP. Final de la presentación de las RR.CC.

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Por P. Marlio Nasayó Liévano, CM

Sacerdote de la Congregación de la Misión de la Provincia de Colombia, dedicado a la investigación y profundización en el carisma vicentino, sus varios artículos ayudan a actualizar la vida y la misión de los santos y beatos vicentinos.

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