Una pequeña reflexión Bíblica a partir del texto de Mateo 10, 8

“Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente.” (Mt 10, 8)

Jesús invita a sus discípulos a reconocer la gratuidad de los dones que se poseen y se ponen al servicio de los demás. En la dinámica evangélica, Jesús, enfatiza en dejar siempre en el último lugar los intereses económicos.

Tal vez por eso en el mismo Padre Nuestro, se pide perdonar las deudas (ὀφειλήματα cfr. Mt. 6, 12), y en todo el Evangelio encontramos muchísimos ejemplos: en las recomendaciones misioneras de Jesús, donde se exige no llevar bolsa ni ropa de más (Lc. 10, 4); Él mismo se rehúsa ser juez en litigios económicos (Lc 12, 14), pide una renuncia a la idolatría del dinero (Mt. 6, 24);  pone como exigencia para el seguimiento la renuncia de los bienes temporales (Mc 10, 17-30); y en las dos grandes máximas sobre la verdadera pobreza, invita a no andar preocupados por el alimento o la comida (Mt. 6, 25). Todos estos menudos ejemplos dan fe para entender la invitación del Señor: NO PONGAN EN PRIMER LUGAR EL DINERO.

Pero hoy, vivimos en una sociedad mediada por el dinero, ante los ojos desaparecen las personas y aparecen los “clientes” y dos son los parámetros que rigen a quienes ponen por delante sus intereses económicos: la ganancia y la pérdida. Toman sus decisiones partiendo de estas dos “reglas de mercadeo”, es así que corremos el peligro de hacer favores pensando en las ganancias y en las perdidas que tendremos, por eso preferimos cerrar las puertas de nuestras casas antes que ponerlas al servicio de los demás.

Tan mediatizado se ha vuelto nuestro entorno, que casi todas las profesiones se han dejado contaminar por el lucro y la ambición, inclusive (y tristemente) la vida religiosa, que para muchos es una profesión más que exige rentabilidad.

Estas son también las reglas de vida de una sociedad agitada y consumista, donde la faena diaria lleva a las personas a volverse esclavas de su capital, conquistadores que se convierten en esclavos de sus tesoros personales, incapaces de abrir los cerrojos de sus cofres para compartir con los demás sus riquezas.

Para san Pablo, el cristiano debe considerar todo ganancia, pues tiene la mayor riqueza que un hombre puede hallar: a Jesucristo (Filipenses 3, 8), todo lo demás puede considerarse perdida; es como nos lo recuerda la parábola, aquel que encuentra verdaderamente a Cristo en su vida, sale a desprenderse de todo lo demás donde había puesto su confianza y se deja anegar de amor por Dios (Mt. 13, 44).

Muchos sacerdotes y pastores, han hecho de su misión evangélica un negocio, un despacho parroquial se convierte en un gigantesco portafolio de ventas, donde las personas pobres son incapaces de acceder por miedo a recibir respuestas negativas y discriminatorias. Son perros atados que sólo se mueven al son de sus intereses económicos. Preguntarán algunos ¿De qué vivir entonces? Se puede vivir de cualquier cosa, menos de las personas pobres o del ministerio, y más aún el dinero nunca puede ser lo primero que nos interese ante cualquier circunstancia.

Con los campesinos, vemos más claro este don de la gratuidad, quienes hemos tenido la oportunidad de ir a misión al campo, vemos como la gente sencilla abre las puertas de su casa y sin importar la pobreza comparten con el misionero el alimento y el hospedaje, nunca están mediados por el dinero, y saben que antes sus necesidades está el vecino o el pariente que llega con su bolsa de yuca o papa para compartir.

Los pastores no pueden convertir sus templos en una gran multinacional, pendiente de incrementar sus rubros, ni mucho menos viendo a sus fieles como clientes potenciales. Jamás podemos pretender ser mercaderes de la fe. Recuperemos el sentido de la gratuidad de la que nos habla el Señor, donde lo importante es la persona, su integración social, su dignidad y no su bolsillo.

Gratis hemos recibido todo, nuestro trabajo no es más que el fruto de las bendiciones constantes que Dios derrama sobre nosotros, sin él nada podemos, con él no somos más que administradores a quienes se nos ha confiado un rebaño que exige de nosotros una capacidad de abrir los brazos para acoger y no extender las manos para pedir.

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Por P. Andrés Felipe Rojas, CM

Sacerdote Misionero de la Congregación de la Misión, Provincia de Colombia. Fundador y Director de Corazón de Paúl. Escritor de artículos de teología para varias paginas web, entre ellas Religión Digital. Autor de varias novenas y guiones litúrgicos. Actualmente párroco del Santo Cristo de Guaranda (Sucre)

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