La iconografía mariana nos ha presentado tradicionalmente a María como un ser idealizado, una criatura excepcional y en cierta forma, a una mujer distante de la problemática, y del dolor de nuestro mundo herido y sangrante: sí, una madre virgen sin los dolores de toda madre en la concepción y nacimiento de sus hijos, la reina ataviada con esplendida corona y ricos vestidos, la asunta entre ángeles y colocada entre nubes gloriosas, la toda santa…pero siendo ésta una realidad innegable, se nos ha ocultado la fibra humana, su humanismo tan cercano a nuestra carne, quizás por el temor de minusvalorar su altura excepcional de Madre del Dios humanado.

María Milagrosa ofrece con su visita a la Familia Vicentina, y a través de ella a todo el mundo, unas facetas muy distintas de su cercanía y tierno amor:

  • La Virgen inicia su visita a nosotros no desde la distancia de un altar, ni en una gruta, ni en el azul celeste de una hermosa mañana, llega en el trascurso de la noche cuando sus hijas, las Hijas de la Caridad, descansan del trajín de la jornada diaria en el servicio de los pobres las unas, y las otras que en el semillero formativo aprendían cómo ser siervas de los pobres en el mañana. Recorre con sus pies descalzos los pasillos de la Casa Madre, y busca a su elegida para un largo como rico, y fecundo diálogo de madre a hija. Para María no hay día ni noche, hay un amor vigilante y una preocupación constante, por el presente y futuro de sus hijos e hijas, de esta manera busca el mejor momento para ese encuentro maternal, sin que nadie ni nada las interrumpa.
  • Nadie ha contemplado tan de cerca a María como sor Labouré: sus manos se entrelazaron entre sí, María miró los ojos de Catalina y ella se extasió contemplando la mirada virginal y maternal de la Madre, llegando así a dejar constancia en el relato de las apariciones cuando afirma:” …el momento que allí pasé, fue el más dulce de mi vida; me sería imposible explicar todo lo que sentí” … Un coloquio del que la santa sólo nos ha dejado unas pocas notas, pero las suficientes e indispensables para los hijos de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. El mensaje de corazón a corazón, cuán bien fue asimilado en nuestra familia, pues fue el recuerdo de su amor constante que debía renovarse cuando saliéramos de entre las cenizas, y volviéramos al amor de los orígenes. Es el amor de cercanía, de un amor no olvidado, y el recuerdo de su caminar callado con nosotros, entre los caminos polvorientos de los pobres.
  • Pero María terminada su primera visita a la Rue du Bac, parte presurosa en la alborada, me atrevo a pensar, que era esperada en el cielo para la gran celebración de ese día, en la que ella no podía faltar: la fiesta del padre de los pobres, para festejar, pero también para comunicarle lo ocurrido en la visita a la casa de su familia, y manifestarle que la obra que él había dejado un día en 1660, salía como el ave fénix de las cenizas y seguiría en el mundo llevando la Buena Nueva a los pobres.
  • Ya en su casa, María no se olvidó de su maternal visita, mejor de su primera visita, continúo con el anhelo de volver de nuevo para completar su misión: pensó que su mensaje no podía quedar reducido a un pequeño puñado de sus hijos. Estos, desde tiempos atrás habían surcado mares y atravesado montañas, entre caminos escarpados y sin descanso, habían llegado a los ranchos pajizos de los pobres, para sembrar a Jesús en sus corazones; ahora necesitaban de un libro abierto, que pudieran leer y comprender todos, desde los eruditos teólogos hasta los humildes iletrados del mundo. Y este regalo llegó el 27 de noviembre de 1830 con su medalla, la MEDALLA MILAGROSA, con la que ella como lo expresó Sor Labouré, demostró que es “nuestra madre y nos ama como a hijos”.
  • Con este su regalo, la Medalla Milagrosa, que llevamos en el cuello, o la imagen que veneramos en nuestros vehículos, o adornamos con frescas flores y alumbramos en las grutas, o los altares a la vera del camino, nos dicen a cada momento que María está inmersa en nuestras luchas y sinsabores del diario vivir; que entra en nuestros hogares y enjuga las lágrimas de las dificultades de comprensión, de trabajo y de pan. Ella fortalece, el frío de nuestras miserias y luchas, y anima nuestra débil fe, la caridad herida, y la debilidad de la esperanza.
  • Dejemos que María tenga un espacio en nuestras casas, en la oficina del trabajo, que entre en las aulas de nuestras escuelas y colegios, en la cocina y en las calles por donde transitamos cada día para ir al trabajo, al mercado…Ella va con nosotros, va iluminando calladamente nuestro camino, y nos alienta en los tropiezos y sinsabores de la vida. Sí, la Medalla de María, la Medalla Milagrosa, la tenemos cercana al corazón sin olvidar nunca que, siempre tiene sus manos abiertas para acogernos en su regazo de madre, y llevarnos al corazón de su Hijo, por eso hoy y siempre digámosle con fe, la oración de nació de su alma maternal: OH MARIA, CONCEBIDA SIN PECADO. RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI.
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Por P. Marlio Nasayó Liévano, CM

Sacerdote de la Congregación de la Misión de la Provincia de Colombia, dedicado a la investigación y profundización en el carisma vicentino, sus varios artículos ayudan a actualizar la vida y la misión de los santos y beatos vicentinos.

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